Opino que contrario
a ello, a un montón les ha de parecer formidable que una especie de incubadora
tecnológica de Estocolmo, Suecia, haya encontrado una manera ultra sofisticada
de substituir el uso de los viejos emblemas o
tarjetitas de identificación: colocar un
chip debajo de la piel de las 400 personas que frecuentan su espacio físico.
Con el implante, que es un poco mayor que un grano de arroz, las personas que
usan el “Epicenter” pueden abrir puertas, habilitar impresoras y hasta cambiar
contactos… Mientras estos no sean físicos y alucinantes.
Dicho así,
en seco, esto no hace más que aguzar la desconfianza de un montón de caminantes
por parecer asustador, algo futurológico. En todo caso eso no les quitará la
escama pues, aparentemente, hoy día eso ya es una tendencia en Suecia.
Hannes
Sjöblad, fundador en su país de la “BioNyfiken”, una “asociación de biohacker”
(que ya existe y no es sin fines lucrativos), dijo que la práctica ya es común
en academias y escuelas de Estocolmo, y hasta existe tipos de “fiestas” donde
diversas personas hacen estos implantes subcutáneos, según lo informa lo
escrito en el reportaje de la “Computerworld”.
Por lo menos
los implantes son optativos, e inclusive son pagos por las personas que
resuelven hacerlo -cuesta el equivalente a 300 dólares y parece doler “como una
vacuna” al ser aplicado. Después el propio cuerpo lo asimila, a pesar de un
diminuto carozo ser visible. Los chips tienen una vida útil de por lo menos 10
años, pero pueden ser extraídos y actualizados antes de que eso ocurra.
La
tecnología “RFID”, presente en los implantes, sólo se activa cuando entra en contacto con un receptor específico. O
sea: es exactamente como si uno cargase con un emblema o tarjeta de
identificación durante todo tiempo y lugar; a lo que se agrega que la
implementación de lectores de implantes no es tan compleja como, digamos, una
máquina para identificar digitales o la iris.
Hasta el
momento, la única gran “ventaja” del implante es ayudar personas que no tienen
identificación a abrir puertas de todo tipo… Aunque no la de la vecina.
Dicen que es
más fácil por no tener que recordar señas y llevar cartones magnéticos, ¿pero
será que vale la pena?
Para
comenzar, hay cuestiones de seguridad importantes: malhechores oportunistas
podrían desparramar falsos lectores de RFID y colectar los datos de
identificación de una persona, creando chips clonados, por ejemplo. No
olvidemos que las tecnologías que usan el “NFC”, como el Google Wallet e Apple
Pay, necesitan de alguna confirmación, como seña o digitales. Por eso que el
chip debajo de la piel es más vulnerable.
En todo
caso, los entusiastas de la tecnología acreditan que ella puede ser usada, por
ejemplo, en las escuelas para saber dónde los alumnos están. Otro uso posible
sería en la medicina: cuando un paciente llegase a la emergencia, por ejemplo,
el médico podría escanear la mano “chipada”
y saber todo su histórico. Parece tentador. Pero creo que existen tecnologías
mejores, más seguras y menos intrusivas para eso… Aunque mi vecino me acaba de
agregar otra posible utilidad: los maridos celosos y desconfiados podrían
implantarla en la… Bueno, pienso que la suya es una pésima idea.
Mismo así,
la gente ya troca su privacidad por conveniencia en diversos aplicativos de su
Smartphone, como mandar para la Google nuestra localización en troca de un mapa
mejor. Pero eso también sería ir un poco lejos demás. O, por el contrario, ese
puede ser sólo el primero paso de nuestro futuro de “ciborg”… Mismo que no
tengamos los seis millones de dólares… ¡Impresionante!
(*) Libros y e-book disponibles en: Livraria Saraiva: www.saraiva.com.br; Livraria Siciliano: http://www.siciliano.com.br; www.clubedeautores.com.br/carlosdelfante; y en: Plataforma
editorial Bubok: www.bubok.es/
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