Suspicaces afirman que en ambos lados de los árboles
de los bosques suelen crecer infinitas flores que pertenecen a un colorido jardín
que ha sido construido con palabras y pensamientos aun sin confesar.
Estos bien que pueden ser extravagancias o
liviandades que repentinamente surgen del olvido y se introducen sin permiso en
nuestro asombro y nos causa consternación, ya que no importa si de ojos
abiertos o cerrados, de la nada veamos brotar ecos de voces de un pasado remoto,
mismo que ese pasado sea una colección de silencios ahogados de los que aún
quedan partículas calladas que nunca quisimos contar.
Todo lo
perdido ya tuvo su color exclusivo y original; sin embargo, junto a las
sístoles de un jadeante corazón viejo, cuantiosos de esos serrines de recuerdos
nos invaden en la quietud de la noche entonando su partitura inoportuna para
corear los pensamientos que no revelamos, y mucho más si los hemos ahogado en
llantos junto a la almohada.
Esos pensamientos disipados se asemejan a una
luna llena que imaginábamos elíptica en un oscuro firmamento sin estrellas,
aunque a todo momento manifestemos la sana intención de borrarlos o dejarlos
escondidos en las sombras del vacío. Pero todo esfuerzo resulta en vano, porque
ahí están, como lobos solitarios que aúllan en las madrugadas, que corren,
simulan que se detienen y vuelven a correr con sus mandíbulas abiertas deseando
desangrarnos.
Cada persona tiene sus propios vaivenes,
pormenores que ha ido acumulando en el joyero de su intimidad. Claro que cualquiera
de ellos puede que sean algo artificiales, pero las fotografías del antaño
lejano y no tanto así no lo son. Estas son fieles testigos de los pensamientos
de la época y de palabras repentinas o aleatorias que un día quedaron presas en
los dientes por no animarse a traspasar los labios.
Yo mismo no paso de un bosque y una
noche de árboles oscuros, pero puedo garantir que quien se anime y no tenga
miedo de mi oscuridad, podrá encontrar también en mí enormes canteros de rosas en
medio a mi floreta particular.
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