Cierta vez leí no sé dónde, que a veces “amarse no es
suficiente” y hay historias de amor que deben terminar para no sufrir. No
obstante algunos más incompetentes, en lugar de decirlo en la cara, prefieren
escribir una carta de amor de despedida para ese amor que no puede ser.
En conclusión, una gran carta de amor es personal, y contiene
alusiones a la historia íntima de la pareja. Ejemplificando lo dicho, cae como
perilla si siempre la pareja va al mismo restaurante cualquier día de la semana
o mes, tomar uno de los mantelitos de papel y escribir en él una carta: será un
recordatorio de ese grato momento.
En determinados casos algunos suelen ser muy sinceros y
dan rienda suelta a sus emociones. Pero lo más importante quizá sea esto: “la
carta no tiene que coincidir necesariamente con una fecha en especial”. Por
ejemplo, pueden ser escritas tres semanas antes de festejar el aniversario de
lo que sea. Por lo que significa más cuando el otro integrante de la pareja no
la espera. Entonces se convierte en la más profunda declaración de amor.
Poco importa lo bien o mal que la persona escriba. Lo
importante es que plasme sus sentimientos en el papel. Por ejemplo: se puede
dibujar una ventana y escribir: “Me encanta verte por aquí todos los días,
cuando llegas del trabajo”. Y con ello tenemos que una carta de amor es un
reflejo de la persona que la escribió… Después, por la noche, ya se verá.
De mi parte, me gustan las que ahondan en el alma, las
que dicen que hemos enfrentado juntos una adversidad y salido adelante, porque
creo que de eso se trata el amor. También me gustan las que lanzan fuegos
artificiales, las que te hacen sentir que el corazón del otro estalla de alegría
y pasión… O aquellas que van más profundamente en la cuestión y hacen temblar
las piernas y todo lo demás que hay un poco más arriba de las rodillas.
Con todo, ya que hablamos de correspondencias
ajenas, una vez que ha pasado la pascua, me arriesgo y puedo hablar sin miedo
de ser excomulgado, que un documento histórico, compuesto por centenas de
cartas y fotos, terminó por revelar la existencia de una relación muy estrecha
entre el papa Juan Pablo II y la filósofa norteamericana Anna-Teresa Tymieniecka…
Pero lo inusitado del epistolar caso radica en que ella era casada desde 1956 y
madre de tres hijos. Aunque se sabe que esta amiga del Papa murió el 7 de junio
de 2014, en la ciudad de Hanover, New Hampshire, en los Estados Unidos, a los
91 años, llevando consigo a la tumba el secreto de sus sueños.
Pese a que las benditas cartas no muestren evidencias
de que el Papa haya quebrado sus votos de celibato, las epístolas que él intercambió
durante 30 años con la filósofa permanecieron en secreto durante años.
Aparentemente, la amistad entre ellos comenzó en
1973, cuando Anna entró en contacto con el entonces cardenal Karol Wojtyla, entonces
arzobispo de Cracovia, para consultarlo sobre un libro de filosofía del cual él
sería autor. En la época, Wojtyla tenía 50 años y viajó para conocer
Anna-Teresa y discutir sobre la publicación.
A partir de entonces, los dos comenzaron a intercambiar
una serie de cartas por un periodo que se prolongaría hasta la muerte de Juan
Pablo II… Lo que es redundante, porque sabemos que desde el más allá no hay
servicio de correo.
De acuerdo con lo informado por la “BBC”, “a
principio, las cartas del cardenal eran formales, pero -siempre hay un pero en
medio de todo-, conforme la amistad fue creciendo entre ellos, estos escritos
se tornaron más íntimos”. Además, desde que aceptaron trabajar juntos en una
versión ampliada de la obra del Sumo Pontífice, Wojtyla y Anna-Teresa se reunieron
en varias ocasiones, algunas veces con la presencia -ciega y silenciosa- de sus
respectivas secretarias, nos obstante algunas veces, solos… Y es ahí que la
imaginación vuela.
En todo caso, las cartas sugieren que la mujer
nutría profundos sentimientos por Wojtyla -porque se supone pensaba que con
ello tendría garantida su entrada al Paraíso-, mientras el Papa, por el
contrario, luchaba para dar sentido a la amistad dentro de los términos cristianos…
Huyendo como podía de caer más tarde en las puertas del Averno.
Por ejemplo, en una de las cartas, datada en setiembre
de 1976, el Papa escribe: “Mi querida Teresa, recibí todas las tres cartas que
has enviado. Usted menciona estar dilacerada, pero yo no conseguí encontrar una
respuesta a sus palabras”… O se abstuvo de registrarla en el papel.
Puede que hoy día, descansando el alma ya en
alguna estrella celestial, los dos estén intercambiando bajo la luz de los
ojos, el eco de las palabras que fueron pensadas y no escritas, el roce
inaudible de los pensamientos que otrora fueron contenidos, y en el firmamento
se escuche ese silbido dirigido hacia la nada… ¡No es de dudar!
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