Habían
existido algunos prefacios y varias preliminares entre nosotros. Empero, cuando
esa noche ella
se desnudó, donde me aseguraba que le sobraban kilos yo juré que le faltaban
besos. La besé sin pedir permiso
y fue la gloria.
Creo que podríamos haber hablado de frío a no más de tres centímetros de
distancia, e ignorar tiritando de deseo cuantos veranos fuesen posibles caber
en nuestros abrazos.
Es más, hasta esa noche yo no había logrado entender el verdadero
significado de la sed hasta no sentir sus manos acariciarme la nuca. Me di
cuenta que de rodillas el cielo estaba exactamente a la altura de mis labios, mientras
sus muslos se abrían como quien abre un inmenso paréntesis en el arcoíris, o como
quien cierra un pasado.
Inclusive, podríamos habernos sentado a hablar de la lluvia, observar
con la inocencia perdida nuestro reflejo en los charcos, pero decidimos ser los
dueños de la próxima tormenta, porque desnuda ella me parecía una playa donde
naufragan las islas.
Gemía, y toda la habitación bailaba como si ella tuviera en la garganta los
acordes de mi vida. Como si la música no existiera sin su boca. Traduje sus
suspiros al idioma del deseo y toda mi existencia se resumió a sus labios.
Nos leímos despacio, y me di cuenta que tenía adjetivos en las caderas que
aún ni conocía. Tenía en las manos miles de puntos suspensivos, y en sus ojos había
una infinidad de signos de exclamación. Decidí llenarle la vida de palabras
esdrújulas, con sueños de verbos en futuro perfecto y un amor en el
pluscuamperfecto.
Pero nada es infinito en esta vida, y tuve que cerrar el paréntesis
después de silabear su nombre en un susurro. Como quien cierra una estrofa. Para
quedarnos dentro, perdidos en un abrazo eterno. Pero si por acaso nos quedó algún recuerdo escondido, ciertamente las canciones lo han
de encontrar mañana.
Revelo sin necesidad de alarde, que desde esa sublime noche nos pusimos
a coser los meses de invierno en el quicio de la puerta e intentar descifrar la
vida en el vaho de los suspiros, porque nombrarnos nos sabía cómo un beso largo
en la boca. ¡Una gloria sin fin!