Bien que en
lugar de escribir este cuentito podría haber hecho otra cosa, pero no sé qué
otra cosa hubiese podido hacer, ni si ello me habría salido mejor que este
cuento.
…Noche ya
después del nublado atardecer y el comedor era espacioso. Lo ataviaba altos
muebles oscuros y un gran reloj con pesas de bronce estaba colocado al lado de
un gran cuadro al óleo en donde perdices y liebres muertas se mostraban
colgadas de las patas dando la impresión de continuar a morir interminablemente
o estar fijadas en una muerte intemporal.
Como
faltara la energía, el ambiente era alumbrado por una lámpara a queroseno que
había sido suspendida del techo y un candelabro de tres velas estaba colocado
sobre el centro de la mesa. No obstante, en noches como esta, socavada en
rachas por la insidia de un viento norte, un viento de bocanadas casi
calientes, oloroso por momentos a los sudores nocturnos, tormentoso y a su vez
presagiador de torbellinos, exigía la ventana abierta.
En noches
así, las luces de los hombres suelen atraer una gran cantidad de insectos
voladores, y esta no fue una excepción. Rondando la llama del queroseno y
haciendo temblar las de las velas, golpeado contra el tubo y pantalla de la
lámpara y posándose cargosos en su barroca fábrica de arabescos metálicos,
cayendo a veces a la mesa con las alas chamuscadas y aleteando otras veces al
ras del mantel, chocando contra vasos y copas, jarras, salero, botellón de
vino, hubo ejemplares que se convirtieron en algo así como vivas, inadecuadas y
molestas ilustraciones de un manual de entomología.
El cuadro
se veía iluminado más por las intranquilas vivas velas que por la luz dormilona
de la lámpara, cuando una mariposa de las grandes se posó debajo, en el marco, justo
allí, en donde las liebres y perdices colgadas de las patas seguían muriendo
sin término.
Se vieron en
el comedor, entre el cargoso bicherío, además de las infaltables moscas
domésticas y los puntuales cascaruditos, diferentes variedades de mariposas,
varias langostas bobas, algunos isópteros ventrudos y zumbadores, numerosos
caballitos del diablo, una media docena de aguaciles de largos abdómenes y alas
como de mica y dos o tres vaquitas de San Antón. Y pudo verse también,
apareciendo parada como en un pedestal sobre la naranja que culminaba una
frutera de mimbres y desapareciendo sin que nadie la viera irse, una elegante,
espigada, bellísima mantis religiosa, el conocido mamboretá, voraz carnicero,
cazador de hábitos diurnos pero que suele no desaprovechar una noche muy clara,
insecto de más que tigresca ferocidad con que es llamado comúnmente, a causa de
su actitud de acecho que parece la de un orante piadoso, Tata-Dios, o El Profeta,
y cuya hembra, pese a su apostura llena de misticismo, dice con deliciosa
bobería un estómago, el mismo que no ahorra dos líneas después insecto de
trágicas nupcias casi siempre asesina y devora al macho en seguida de la
cópula.
Antes de
dar por terminada la cena, el hombre de la casa comentó con voz penetrante:
-La
tormenta y el viento norte han puesto cargoso al bicherío.
La esposa,
ojos quietos, pelo tirante preso en una cola de caballo, negro y ya con hebras
blancas, murmuró sin dirigirse a nadie:
-Deberíamos
haber cerrado la ventana.
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