sábado, 27 de agosto de 2016

Insectos Nocturnos


Bien que en lugar de escribir este cuentito podría haber hecho otra cosa, pero no sé qué otra cosa hubiese podido hacer, ni si ello me habría salido mejor que este cuento.
…Noche ya después del nublado atardecer y el comedor era espacioso. Lo ataviaba altos muebles oscuros y un gran reloj con pesas de bronce estaba colocado al lado de un gran cuadro al óleo en donde perdices y liebres muertas se mostraban colgadas de las patas dando la impresión de continuar a morir interminablemente o estar fijadas en una muerte intemporal.
Como faltara la energía, el ambiente era alumbrado por una lámpara a queroseno que había sido suspendida del techo y un candelabro de tres velas estaba colocado sobre el centro de la mesa. No obstante, en noches como esta, socavada en rachas por la insidia de un viento norte, un viento de bocanadas casi calientes, oloroso por momentos a los sudores nocturnos, tormentoso y a su vez presagiador de torbellinos, exigía la ventana abierta.
En noches así, las luces de los hombres suelen atraer una gran cantidad de insectos voladores, y esta no fue una excepción. Rondando la llama del queroseno y haciendo temblar las de las velas, golpeado contra el tubo y pantalla de la lámpara y posándose cargosos en su barroca fábrica de arabescos metálicos, cayendo a veces a la mesa con las alas chamuscadas y aleteando otras veces al ras del mantel, chocando contra vasos y copas, jarras, salero, botellón de vino, hubo ejemplares que se convirtieron en algo así como vivas, inadecuadas y molestas ilustraciones de un manual de entomología.
El cuadro se veía iluminado más por las intranquilas vivas velas que por la luz dormilona de la lámpara, cuando una mariposa de las grandes se posó debajo, en el marco, justo allí, en donde las liebres y perdices colgadas de las patas seguían muriendo sin término.
Se vieron en el comedor, entre el cargoso bicherío, además de las infaltables moscas domésticas y los puntuales cascaruditos, diferentes variedades de mariposas, varias langostas bobas, algunos isópteros ventrudos y zumbadores, numerosos caballitos del diablo, una media docena de aguaciles de largos abdómenes y alas como de mica y dos o tres vaquitas de San Antón. Y pudo verse también, apareciendo parada como en un pedestal sobre la naranja que culminaba una frutera de mimbres y desapareciendo sin que nadie la viera irse, una elegante, espigada, bellísima mantis religiosa, el conocido mamboretá, voraz carnicero, cazador de hábitos diurnos pero que suele no desaprovechar una noche muy clara, insecto de más que tigresca ferocidad con que es llamado comúnmente, a causa de su actitud de acecho que parece la de un orante piadoso, Tata-Dios, o El Profeta, y cuya hembra, pese a su apostura llena de misticismo, dice con deliciosa bobería un estómago, el mismo que no ahorra dos líneas después insecto de trágicas nupcias casi siempre asesina y devora al macho en seguida de la cópula.
Antes de dar por terminada la cena, el hombre de la casa comentó con voz penetrante:
-La tormenta y el viento norte han puesto cargoso al bicherío.
La esposa, ojos quietos, pelo tirante preso en una cola de caballo, negro y ya con hebras blancas, murmuró sin dirigirse a nadie:

-Deberíamos haber cerrado la ventana.

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