terça-feira, 23 de agosto de 2016

Seducción


Bien puede que esta historia tenga su lado cruel como parte de esa misma maldad que existe en este mundo que nos asola, pero, verdadera o no, no deja de ser singular.
…Estaba la joven, cuya silueta se mostraba aventajada a causa que los dioses no la había favorecido en nada con su genética, sentada cierta noche en la mesa de un bar, cuando notó un hombre que la observaba constantemente.
De inicio no le dio mucha importancia, aunque tampoco se hurtó de reparar que éste era un joven bastante bien presentable, de ondulado cabello negro peinado con gel, un rostro recién rasurado, razonablemente bien vestido y con una sonrisa de bellos dientes.
De repente él le hizo una seña y ella le respondió con un leve movimiento de cabeza. Sin más tardanza, él se sentó a su mesa y ellos entablaron una conversación que sonó más o menos formal. Intercambiaron nombres y contaron sus preferencias y sus lugares de trabajo, ella en un banco, él, intelectualmente ocupado en actividades diversas.
Las copas se sucedieron entre amenidades conversadas, y espontáneamente él se fue aproximando a ella y le pasó el brazo sobre sus hombros. Estaba perfumado, lo que en verdad a ella mucho le agradó. Tenía horror a esos olores sospechoso que más se parece a una emulsión de cebolla rancia y vinagre.
Sin otra cosa, apreció que una de las manos le subía por su pescuezo, y dedos exacerbados e inquietos jugaban con su oreja para pronto ir bajando despacito hasta la comisura de sus senos. De inicio, vergonzosa, ella se esquivó un poco, pero fue permitiendo que la mimada exploración avanzase distraídamente… Hacía bastante tiempo que no era acariciada tan delicadamente.
Cuando dio por sí, ya estaban acostados en la cama de su pequeño departamento… ¡Oh, qué noche maravillosa! -pensara ella para sí-, ¡qué desempeño! Y resolvió dormir un poco más, al fin de cuentas era domingo.
-Duerme, mi corazón, que voy a preparar un desayuno como nunca tomaste igual -avisó él, cuando el sol apenas mostraba su cara entera en el horizonte.
Ella se desperezó levemente, murmuró algo insondable, viró su cuerpo y volvió a dormir. También, después de una noche como aquella…
Ella despertó a las diez, preguntando por el desayuno. Al no obtener respuesta, se levantó, cubrió pudorosamente su cuerpo saciado con la sábana arrugada, y fue hasta la cocina, cuando notó, extrañada, que la puerta de servicio estaba abierta.
Su nuevo laptop, el que aún no acabara de pagar, su celular, habían desaparecido junto con el dinero que tenía en la cartera.

Lo que le pareció peor, fue que se quedara sin desayuno y sin el hombre que la había hecho sentirse inmensamente feliz.

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