Cuando tú
requeriste, con voz severa, que nunca más te llamase Gaby, tu nombre, necesité expresar, decepcionado, que eso sería imposible,
pues era para mí una designación cariñosa por la cual te identificaba como
planta, flor, piedra, joya o vino, de algo que nace de la tierra para durar
eternamente.
No era más
que un nombramiento dentro de una palabra encerrada y de cuyo crecimiento de pocas
letras amanece y florece la dicha como botón de jazmín en primavera, o de cuyo
estío revienta la luz de los cerezos en flor.
Escasas letras
que en oídos perceptivos y apasionados habrían de sonar como remansos de un río
que corre perene sin detenerse, tortuoso reguero de aguas serenas que en mi
corazón ardiente desemboca y nutre.
Violeta
coronada de espinas, nombre de enredadera que florecisteis en mi jardín, de cipos
canasteros de una pasión incontenida, hiedra de madreselvas y soto de malvones
que anunciaban a mil voces la fragancia del mundo, recordad que el delicado ramillete
de amores y cariños que te entregué un día, tu abrupta indiferencia lo has
convertido ahora en ramo de sombra y flores marchitas junto al frio silencio
nocturno.
Tu infame desidia
lo ha convertido a exprofeso en un manojo florido sin fragancia que más se
iguala a piedra con espuma, a sortilegios de espinas como espadas, a corona de
cólera y estrellas sin puntas, a luna sin brillo, a una playa sin mar, a día
sin sol.
Lo cierto es
que ahora tremió la noche pavorosa sobre mi alma, y la aurora ya no llenará
todas las copas con su embriagante vino, ni el sol reinará mis días con su
presencia ardiente. Fui herido de muerte sin comprender que había encontrado el
amor en tu territorio de besos y volcanes.
Te permito
que dudes si son de fuego las estrellas, que el sol se mueva, que la luna sea
de plata o que la verdad sea mentira, pero no desconfíes jamás lo cuanto te
amo.
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