A veces me
parecías niña, a veces divino ángel y a su vez demonio, fragancia de flor antes
de marchitar, pero siempre, siempre, una gran mujer. A veces te creía fruta o
pan de miel, jazmín en flor o rosa desabrochada… Otras veces, en días de
lluvia, quizás todo a la vez.
Oh, mujer
alada de mis desvelos y letargos, estopín de mil delirios y emociones, miscelánea
de milagro y mar, melancolía y maravilla a la vez, espuma de mar que muere
letárgica en la arena, alma dura como un junco de bañado que el viento adverso
sacude y dobla pero nunca quiebra, pero siempre siempre mía.
Ruego que
me enseñes a jugar como tú, que ilusionas, pero no te ilusionas; que enamoras,
pero no te enamoras; que rompes corazones pero nadie logra corromper el tuyo.
Enséñame el amor, que ya bastante herida está mi alma como para soportar otra
caída más…
Mi problema
no son los sueños, me gusta soñarte. Mi problema son los amaneceres, el despertar
y no tenerte, el abrazar la nada… Ese es ciertamente mi problema, soñar contigo
y despertar si ti.
Hoy, por no
tenerte a mi lado, tengo los días hechos de pequeños deseos, de vaporosas nostalgias,
de perpetuas ilusiones, repletos de silenciosos recuerdos y melancólicos
desconsuelos.
Lo único
que mi mente turbada alcanza a imaginar ahora, es vivir un tiempo sin tiempo,
desvestido de edades, miedos, desconfianzas, conceptos y expectativas.
Un indescifrable
tiempo donde apenas solamente ser sea posible; y así, como las Juanas y las Marías,
yo no pierda la extraña manía de tener fe en la vida.
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