Hoy día elucubramos en el amor, no obstante desde el inicio de los
tiempos, el término lingüístico “elucubrar” era estimado un galicismo y el
verbo no era considerado un latinismo directo y sí el regresivo de un
sustantivo que derivaba del término “lucubrum”, palabra que correspondía a una
lamparita pequeña de cualquier naturaleza utilizada para iluminarse por la
noche y así ahuyentar fantasmas.
A más, en los inicios de la humanidad, elucubrarse era el hecho de
trabajar velando en la noche a la luz de una lamparilla. De ahí no demoró para este
término significar esforzarse con vigilias en un trabajo o una argumentación.
Más adelante en el tiempo, el significado pasó también al suceso de alguien
especular largamente sobre algo en condiciones de vigilia, esfuerzo y fatiga, que
por su vez tiene como consecuencia infausta el hecho de mariposear y
reflexionar mucho y sin un excesivo principio, ya sea sobre cualquier hipótesis
o sobre una teoría no fundamentada que normalmente resulta del impetuoso producto
psíquico de la imaginación febril que suele acometer a todos aquellos seres
apasionados que han sido asaltados por el amor, los que luego pasan a elaborar
una divagación complicada y con apariencia de profundidad, no siempre filosófica.
Con todo, el hecho de elucubrar
suele ser más caótico cuanto más debilidad tenga el fogoso amante, en especial,
cuando éste quiere infiltrase en el pasado buscando raíces, motivos, semillas
de una angustia, de otros amores pasados y pisados, de sueños que murieron al
amanecer.
Los científicos ya han demostrado por a más be, que la mayoría de las
personas emplea la mitad de sus horas de vigilia en pensamientos que nada
tienen que ver con lo que están haciendo en esos momentos. Lo que sin duda muestra
que esta forma de “divagación mental” produce, además, sentimientos de
infelicidad.
Algunos enamorados no correspondidos han ido más lejos con su elucubración,
al punto de ella ocurrir en varios campos: en el sueño, en el insomnio, en la
vigilia. Y así los vemos deambular en las calles, o en la penumbra, parados
debajo de un farolito, dejando su mente transcurrir por un laberinto y perderse
en insólitos desvíos.
¿Será que todos elucubramos para saber, de entre todas las mujeres de
nuestro entorno, cuál será por fin la que amaremos?... ¡Suele ocurrir!