Ciertas personas dicen que lo imposible no pasa de
una burla de los dioses supremos, esos redivivos que con sus maniobras alteran
la vida de todos los que han venido al mundo con la obsesión imposible de
encontrar el amor.
Si bien que en mi caso en particular, usted esconde
en sus ojos lo que he buscado con sensatez en un sinfín de dimensiones. Usted
guarda una sonrisa madura capaz de curar mi más amarga tristeza. Usted parece
ser la luz de la luna que brilla en mi oscuridad. Y es más, es tan hermosa, que
cuando sonríe me sacude el alma.
Sin embargo, al estar frente esos mismos contextos
de imposibilidad infinita, uno necesita ser eclético, porque no debemos dudar
que todos los humanos queremos lo que no se puede. Por tanto, si nos valemos de
un proceder eclético, evitamos convertirnos en seres fanáticos de lo prohibido.
Más aún si se trata de una persona tan seductora como lo es usted, que
convierte mis sentimientos en utopía.
No niego que en diversas ocasiones he suplicado su
amor con ardor a los jefes supremos, los mismos de que hablé y que por medio de
hilos invisibles rigen las cosas prohibidas que nos atosigan la vida, y pese a
todo, mismo así, aun extraño esos momentos que nunca vivimos, los recuerdos que
jamás escribimos, los pasos que hemos dado tomados de la mano pero que en
realidad nunca los dimos.
Sí, aun la extraño. Extraño nada y todo de usted.
Tan poco de eso que a veces me ha dado, pero que me hace extrañar una parte de
mí, esa que está junto a usted.
No quiero mentirle, pero es verdad que la extraño,
que la extraño como a nadie. Y como de extrañar no se vive, me gustaría
preguntarle: ¿En qué lugar, a que deshoras me dirá usted que me ama? Esto es
urgente porque la eternidad se nos acaba.
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