El deseo,
mismo siendo algo propio de cada persona, es y será siempre un deseo, un
sentimiento cuyo concepto “ad aeternum” sirve para generar una ansiedad placentera.
La ambición
frívola del propio deseo es quien lo torna perpetuo, ya que éste nunca se da
por satisfecho, pues una vez que él ha cumplido su objetivo y ve aplacado su anhelo de cumplir una voluntad o saciar un gusto que sea, luego uno advierte que él resurge como ave “Fénix”
gobernando otro objetivo deseado y así “ad infinitum”.
Claro que las
motivaciones del deseo suelen ser muy variadas. En ocasiones, ese sentimiento
surge del recuerdo de vivencias pasadas que nos resultaron agradables. En otros
casos, quizás los más, el deseo es motivado por una potencialidad que se le
confiere a aquello que se desea.
Consecuentemente,
por fuerza de su voluntad, el propio deseo no es más que un sentimiento que forma
parte de la naturaleza humana, y probablemente un tipo de motor a propulsión que
impulsan su conducta. Por tanto, el hombre
que desea algo se convierte en un sujeto activo que lleva adelante diversas
acciones para satisfacer sus anhelos.
Si bien el
sentimiento mortal no es igual
que el deseo de matar, esto no quiere decir que la gente se apropia sin más del
revolver de Buck Jones y sale haciendo ¡Pum! por ahí; pero cuando algo se anhela al punto de creer que representa el
único camino para alcanzar la felicidad, los seres sapiens son capaces de hacer
cuanto sea necesario para obtenerlo; aunque los deseos no siempre apuntan a
situaciones que tengan como protagonista a quien los siente.
No es bien eso.
En realidad la gente mata en el corazón. A través del deseo se va dejando de
querer bien hasta que un día la persona muere. Todo ocurre porque el deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos
dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación,
en el desorden y el capricho.
De hecho, como
la gente se acostumbra a
llevar tantos golpes de la vida, resulta que cuando de pronto llega el amor y
el cariño de alguien hasta lo hallamos extraño.