segunda-feira, 15 de agosto de 2016

Llanto de Zorzal


Recuerdo que no hace mucho, a los dos nos envolvían los abrazos y a todo ceñimos juntos con un abrazo. Me refiero a esos, los de todo tipo. Sin embargo, de a poco nos fuimos olvidando de lo más transcendental que existe en la vida, hasta que nos transformamos de pronto en dos simples desconocidos con muchos recuerdos en común.
No es sin pesar, que hoy debo reconocer que tú has sido una efímera ráfaga de felicidad infinita que la tormenta de la pasión alcanzó a destruir antes de dar tiempo a que el propio tiempo pudiese cimentar las ilusiones partidas.
Hoy ya no entono poesías, niña mía. Canto penas que a duras penas arranco de las cuerdas de mi etérea guitarra. En el momento, sin rumbo, ya no canto desde mi garganta esas voces elementales que en las tardes estivales pasaban verde su canto como el torrente de llanto vertido por los zorzales.
Otrora fueron verdaderos acordes del sentimiento que lograron brotar de afecto junto al alboroto del viento que se entretenía desflecando tus cabellos. En ese entonces, yo solo ansiaba con afición que el arrullo de mi ronca voz de milenarias ilusiones, realizara en ese viaje mío una música de ensueños que arrullase el conluio de tu encanto.
Fue hundido en esa placidez sonora que alcé el cenit de mi canto, más bien por orgullo que por halago, en un cielo con mil estrellas a mis pies.

En este momento, solitario, profundamente angustiada, ya no tiembla mi guitarra como tiembla de amor una novia apasionada. Hoy sólo las sombras escuchan a quien ahora entre sombras canta, y sé que en breve, un día entre los días, Dios habrá de juzgar esa ave cantora que ahora anida muda en mi alma.

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