Incontables
seres apasionados ya se habrán preguntado un día, cuántos caminos incomprensibles
y obscuros suelen existir hasta poder llegar al beso, no a esa común expresión social de afecto, de saludo, de respeto, sino
más bien al acto que sella un amor sublime como si fuese una repentina cortina
que baja en el escenario de la pasión.
Presumo que
esas mismas vías peripatéticas que los más exaltados necesitan recorrer para
alcanzar su colofón, han de ser infinitas para todos aquellos que sufren de una
pasión silenciosa y reservada por quien le robó su alma y al día carece de
compensación para su anhelo.
Mientras
tanto no acontezca el ansiado beso, ha de girar la noche sobre sus invisibles
ruedas como rueca silenciosa que hilvana hilos de sueños imposibles, viento
primaveral que lleva y que trae vida, viento en torbellino que envuelve
nuestros destinos hasta no ser nadie sino apenas un sueño.
Puede que
sean tan solamente los desvelos de toda una vida vivida y por vivir, de hombre
sin reinado, carpinteros sin madreros, de herreros sin fragua, de un labrador
sin ventura, de pescador sin red y sin mar, de gente perdida en las sombras que
duerme sus taciturnos sueños custodiando la larga noche negra de los viajeros
dormidos.
Qué decir entonces
de los poetas amantes, quienes en la vida y en la propia muerte persiguen con
infinita tenacidad sombrías utopías y delirios sin era y sin vera, para luego advertir
que están cubiertos con la misma persistencia de la impasible pompa.
Todo
cuidado es poco, porque atrás de un beso fueron antes una multitud, y ahora
estos, ya seguros de que están muertos, muertos harán de las exequias un festín
miserable.
A todos los
Dioses y Zoroastros de este descalabrado universo, os suplico y ruego mil veces
de rodillas juntas, que todo el amor de ella se propague en mí su boca, que no
sufra un momento más sin primavera, y que mi bien amada deje en mis labios sus
besos por la eternidad.
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