sexta-feira, 5 de agosto de 2016

El Beso

 


Incontables seres apasionados ya se habrán preguntado un día, cuántos caminos incomprensibles y obscuros suelen existir hasta poder llegar al beso, no a esa común expresión social de afecto, de saludo, de respeto, sino más bien al acto que sella un amor sublime como si fuese una repentina cortina que baja en el escenario de la pasión.

Presumo que esas mismas vías peripatéticas que los más exaltados necesitan recorrer para alcanzar su colofón, han de ser infinitas para todos aquellos que sufren de una pasión silenciosa y reservada por quien le robó su alma y al día carece de compensación para su anhelo.

Mientras tanto no acontezca el ansiado beso, ha de girar la noche sobre sus invisibles ruedas como rueca silenciosa que hilvana hilos de sueños imposibles, viento primaveral que lleva y que trae vida, viento en torbellino que envuelve nuestros destinos hasta no ser nadie sino apenas un sueño.

Puede que sean tan solamente los desvelos de toda una vida vivida y por vivir, de hombre sin reinado, carpinteros sin madreros, de herreros sin fragua, de un labrador sin ventura, de pescador sin red y sin mar, de gente perdida en las sombras que duerme sus taciturnos sueños custodiando la larga noche negra de los viajeros dormidos.

Qué decir entonces de los poetas amantes, quienes en la vida y en la propia muerte persiguen con infinita tenacidad sombrías utopías y delirios sin era y sin vera, para luego advertir que están cubiertos con la misma persistencia de la impasible pompa. 

Todo cuidado es poco, porque atrás de un beso fueron antes una multitud, y ahora estos, ya seguros de que están muertos, muertos harán de las exequias un festín miserable.

A todos los Dioses y Zoroastros de este descalabrado universo, os suplico y ruego mil veces de rodillas juntas, que todo el amor de ella se propague en mí su boca, que no sufra un momento más sin primavera, y que mi bien amada deje en mis labios sus besos por la eternidad.

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