quarta-feira, 31 de agosto de 2016

Mientras Dormía



Se despertó casi súbitamente, pero tardó un instante en recordar adonde se encontraba y quién era esa mujer que dormía, desnuda, a su lado. La oscuridad del cuarto era total; el silencio, muy hondo. El aire de la habitación tenía olor a cal y portland, a albañilería reciente.
Detrás del silencio y como jugando con él sin romperlo, el hombre oyó el fatigado malhumor de aguas corriendo, el perene rezongadero de las olas en la noche calmosa. Un río corría cerca de la casa.
Permaneció quieto sin moverse durante varios minutos. Se sentía tranquilo, despierto, ligeramente ido o despegado de todo. Pensó que afuera habría un cielo sin luna y con la vislumbre azul de todas las estrellas. Imaginó que debería faltar mucho para el amanecer.
Le parecía extraño haber despertado tan limpiamente y a tal altura de la noche. Por lo general despertaba solo, en su cama, en el apartamento donde vivía en la ciudad, a media mañana y luego de una etapa de duermevela, y emergiendo a la luz del día con jirones y hebras de sueños como suciedades adheridas a su mente.
Se dijo que aquel despertar inusual lo debía a la presencia de la mujer. Lo debía sin duda, siguió cavilando, a que él, aun dormido, no había dejado de sentirla a su lado y tal vez de quererla. Pensó esto y otra vez más pronunció sin voz las sílabas que la nombraban, y casi de inmediato se dio cuenta que le nacían muchas ganas de tocarla.
También él estaba desnudo; movió un poco su cuerpo, con cuidado, para ajustarlo mejor al cuerpo cálido de la mujer. Era aquella una noche tibia, de fines de verano, y a ambos los cubría solamente una sábana, arrugada. La cama olía a hombre y mujer juntos, a hombre y mujer que han dormido y, sobre todo, que se han amado hasta el jadeo y el sudor.
El hombre recordó los juegos, las caricias, los cuerpos entrelazados y entregolpeados en la caricia última, y pensó, o semipensó, que estaba queriendo mucho a aquella mujer de sonrisa siempre dócil y ojos que a menudo se hacían como de mirar lluvia, a aquella desconocida que era su amante desde mediados de invierno.
Ocho sílabas eran el nombre y el apellido de la mujer; por dos veces las pronunció, sin voz. Después movió otro poco más el cuerpo, procurando arrimar algo más la piel suya contra la templada piel de ella. Y sonrió, se sonrió a sí mismo, en la oscuridad del cuarto, e inconscientemente extendió el brazo para encender la veladora.
Varias veces este hombre había visto dormir a esta mujer, pero nunca la había mirado dormida como la estaba mirando ahora. El sueño, la inmovilidad, la clausura de los ojos, la boca sin quehaceres, daba a su rostro una unidad que parecía definitiva y algo, mucho quizás, del misterioso ensimismamiento de los muertos. Era más que siempre esa cara, simultáneamente, un paisaje con un acento fugaz y esquivo y un perfil único en el mundo que a su vez era también irrepetible, el que estaba además como absuelta del tiempo, o simplemente evadida de un tiempo inocente o de fingida inocencia. Ninguna cara tan de ella y a la vez tan libre de la carne y la memoria, ninguna tan investida cifra suya, ninguna como para sentir al mirarla, como sentía el hombre, el llamado de un alma y un cuerpo confundidos fibra a fibra y fascinantemente singulares.
Se inclinó de leve sobre la mujer dormida. Creía adivinar que aquel rostro estaba a punto de decirle algo y que no se lo decía, o quizás se lo decía tan secretamente que él nada podía entender. Sentía que el amor crecía en su pecho pero asimismo que, falto de la complicidad esencial, no alcanzaba una presencia que pareciera con vida propia y donde ellos, como por añadidura, pudieran instalarse en un sistema de encuentros mutuos o una especie de comunión.
Quiso ver también el cuerpo de ella y tiró de la sábana, lentamente, para verlo todo descubierto. Los ojos mucho le dieron y mucho le negaron. No había, seguramente, en toda aquella piel que miraba un solo centímetro que él no hubiese acariciado o besado, pero ahora pedía a sus ojos mucho más de lo que sus manos y su boca habían podido darle. Como no pudo cerrarlos, la siguió mirando, y de nuevo intentó cerrarlos, en vano. Creyó ver que aquel cuerpo estaba allí como olvidado, como abandonado por error a una soledad devorante, y cerró los ojos. Se dio cuenta que en los ojos estaban todas las verdades que la boca no suele decir.

Sin duda ella registró desde su sueño la mirada del hombre sobre su cuerpo, porque estiró las piernas, largas, giró un poco el torso, y sus manos sonámbulas recogieron casi hasta la garganta el borde de la sábana. Él apagó la veladora y ella dormía ahora muy quietamente. Él ajustó su cuerpo al de ella y reclamó, con los párpados apretados, el sueño: la paz animal, la unión profunda en el sueño con la mujer dormida.

terça-feira, 30 de agosto de 2016

Lágrimas


Fue como si surgiese de repente el ventarrón infausto del destino, y presumo que a ti también te habrán lastimado el alma esas agrias palabras que, al proferirlas al azar, no tuvieron la intención de hacerme daño, aunque el golpe del veneno que había en ellas fue mucho más que un rencor ajeno olvidado en su inútil corona de espinas.
Hazme el favor, cállate, abominable Eva de este paraíso terrenal. Nunca ignores a quien ciertamente le importas, pues tal vez mañana, tarde, has de darte cuenta que perdiste la luna, mientras, dispersa y afrentada, te entretuviste en contar las estrellas.
Puede que no te hayas dado cuenta, pero las tuyas han sido palabras que acecharon la muerte de un amor sublime a quien entonces lo ofendieron e hirieron gravemente, únicamente porque mi boca cerrada ya no pudo contestar su canto avinagrado.
Al oírte me sobrevino el llanto. Esas ganas de llorar que nacen de repente, ahogadas en la desolación, mismo que fuera de mi cuerpo en desconsuelo la luna florecida y el vergel en flor quisiesen forjar ese deseo de estar solo y al mismo tiempo necesitar de un abrazo, una caricia, tal vez hasta un beso que lo pueda todo.
Duele, pero el más mentado de los hombres llora en los momentos más amargos de la vida. Yo no fui diferente, pues siendo más que el mar y que sus islas, y porque hay que caer dentro de ese mismo mar como en un pozo para salir del fondo con un ramo de agua secreta y verdades sumergidas, entonces lloré, lloré con el alma. Pero no lloré físicamente, lloré de verdad, de la manera que más duele, lloré sin lágrimas.
Infausta mujer, te has olvidado que el amor verdadero nunca se da por vencido, que jamás pierde la fe, porque siempre tiene esperanza y se mantiene firme ante toda circunstancia, incluso estando dentro de un traje vacío y uno siga cojeando como un espantapájaros de sonrisa sangrante.

¡Ay de mí!, ¡ay de nosotros!, mi dulce amada, que sólo quisimos apena amor, amarnos, y entre tantos dolores nos dispusimos los dos a quedar malheridos.

segunda-feira, 29 de agosto de 2016

Lo Llamé Amor


Surgió nada más que de repente como surge siempre la noche sin estrellas en el ocaso de una vida, como luna que desenreda el viento sobre las aguas errantes, y a cabestrillo traía una mirada dulce y serena, aunque se me ocurrió pensar que tal vez ella estuviese luchando mil batallas por dentro, pero mostrando mil sonrisas por fuera.
Ciertamente, una persona que realmente conoce nuestro sentir, es alguien que ve el dolor acrisolado en nuestros ojos mientras los demás creen que sonríes. Por eso mis ojos entraron a jugar divertidos a mirarla como juega el suave viento con los pétalos de la rosa, porque todos en este mundo, sin excepción, necesitamos a alguien que nos mire como si fuéramos lo más bonito que han visto sus ojos.
En ocasiones uno no necesita a alguien que nos levante del suelo, sino a alguien que se acueste a nuestro lado hasta que nos sea posible levantar y domar nuestra alma solitaria y salvaje.
A partir de ese día, tal cual pájaro de plata que vuela en el ocaso, más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor, y entonces lo llamamos pasión.
Decidí quedarme con ella, porque ella era no era como las demás. No había esa necesidad de mirar a otra mujer, ni de buscar a nadie más, porque, verdad sea dicha, las otras tienen esa belleza de minuto, esa que dura un tiempo y nada más. Fue así que mis palabras llovieron sobre ella, porque me había dado cuenta que ella tenía ese tipo de belleza que dura de por vida.
Oh, damisela de la noche gris, eres, fuiste y seguirás siendo lo mejor que me pudo haber pasado en la vida.

No lo ignoro ni lo escondo. He decidido escogerte de por vida para hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.

sábado, 27 de agosto de 2016

Insectos Nocturnos


Bien que en lugar de escribir este cuentito podría haber hecho otra cosa, pero no sé qué otra cosa hubiese podido hacer, ni si ello me habría salido mejor que este cuento.
…Noche ya después del nublado atardecer y el comedor era espacioso. Lo ataviaba altos muebles oscuros y un gran reloj con pesas de bronce estaba colocado al lado de un gran cuadro al óleo en donde perdices y liebres muertas se mostraban colgadas de las patas dando la impresión de continuar a morir interminablemente o estar fijadas en una muerte intemporal.
Como faltara la energía, el ambiente era alumbrado por una lámpara a queroseno que había sido suspendida del techo y un candelabro de tres velas estaba colocado sobre el centro de la mesa. No obstante, en noches como esta, socavada en rachas por la insidia de un viento norte, un viento de bocanadas casi calientes, oloroso por momentos a los sudores nocturnos, tormentoso y a su vez presagiador de torbellinos, exigía la ventana abierta.
En noches así, las luces de los hombres suelen atraer una gran cantidad de insectos voladores, y esta no fue una excepción. Rondando la llama del queroseno y haciendo temblar las de las velas, golpeado contra el tubo y pantalla de la lámpara y posándose cargosos en su barroca fábrica de arabescos metálicos, cayendo a veces a la mesa con las alas chamuscadas y aleteando otras veces al ras del mantel, chocando contra vasos y copas, jarras, salero, botellón de vino, hubo ejemplares que se convirtieron en algo así como vivas, inadecuadas y molestas ilustraciones de un manual de entomología.
El cuadro se veía iluminado más por las intranquilas vivas velas que por la luz dormilona de la lámpara, cuando una mariposa de las grandes se posó debajo, en el marco, justo allí, en donde las liebres y perdices colgadas de las patas seguían muriendo sin término.
Se vieron en el comedor, entre el cargoso bicherío, además de las infaltables moscas domésticas y los puntuales cascaruditos, diferentes variedades de mariposas, varias langostas bobas, algunos isópteros ventrudos y zumbadores, numerosos caballitos del diablo, una media docena de aguaciles de largos abdómenes y alas como de mica y dos o tres vaquitas de San Antón. Y pudo verse también, apareciendo parada como en un pedestal sobre la naranja que culminaba una frutera de mimbres y desapareciendo sin que nadie la viera irse, una elegante, espigada, bellísima mantis religiosa, el conocido mamboretá, voraz carnicero, cazador de hábitos diurnos pero que suele no desaprovechar una noche muy clara, insecto de más que tigresca ferocidad con que es llamado comúnmente, a causa de su actitud de acecho que parece la de un orante piadoso, Tata-Dios, o El Profeta, y cuya hembra, pese a su apostura llena de misticismo, dice con deliciosa bobería un estómago, el mismo que no ahorra dos líneas después insecto de trágicas nupcias casi siempre asesina y devora al macho en seguida de la cópula.
Antes de dar por terminada la cena, el hombre de la casa comentó con voz penetrante:
-La tormenta y el viento norte han puesto cargoso al bicherío.
La esposa, ojos quietos, pelo tirante preso en una cola de caballo, negro y ya con hebras blancas, murmuró sin dirigirse a nadie:

-Deberíamos haber cerrado la ventana.

sexta-feira, 26 de agosto de 2016

Abjuración



Aun no soñaba en conocerte, vida mía, pero ya me dedicaba a plantar flores y madrigales en el camino. Tuve como propósito que ni un sólo día de mi vida me faltasen las mariposas.
Pero luego que te conocí desenredando festivamente ese viento primaveral que se levanta en el ocaso, me distes un beso, y nuestros besos se transformaron pronto en danza y la sonrisa se hizo niña en tu rostro.
Tiempo después, sumergidos en un lento juego de luces noctívagas, mientras miles de nuestros besos varaban en un ansia anidada, nuestras manos construyeron diligentes una alianza de amor perpetuo. Entonces el suave toque de mis manos de pergamino convirtió mágicamente tu cuerpo en rosas y en mi estómago nacieron nuevas mariposas.
De inicio no lo advertí, pero traía tu amor, tal cual una estrella fugaz del firmamento, una larguísima hilera de emociones y dolores, un largo rayo mancillado de espinas; y, sin querer, ciegos de amor y pasión, decidimos cerrar nuestros ojos al mundo para que ninguna herida nos separase jamás.
En ti los ríos cantaban, pero de rebato, nada más que de repente, tú partiste y los minutos de mí vida se volvieron horas. Desde ese día mi cama pareció vacía, y la falta de tu toque se convirtió en pura agonía cuando la adversa campana solitaria del crepúsculo cayó de vez sobre tus ojos.
Desde ese día la tierra ya no canta. No es culpa de tus ojos este luto mío, no buscaron tus pies este camino y tus manos no clavaron esta espada, pero la simple evocación de tu piel perfumada hoy me causa un agito de escalofrío y mis lágrimas se tornan puras antes de ahogarse en el hondo torrente de un río.
El delicioso gusto azucarado de tu boca lo busco ahora en toda fruta madura, y encuentro la mirada de tus ojos en toda nube oscura. Fruto prohibido de mis quimeras, mujer de ensueños y alucinaciones noctívagas, rumor de olas quebrándose en la playa, en tus brazos me he rendido un día después de haber sido ladrón de corazones.
Farsante impío y despiadado que ha pasado toda la vida esquivando balas, siento que de repente me ha matado tu abrazo, tus besos, una despedida, y un hasta nunca más.


quinta-feira, 25 de agosto de 2016

Confesión


¡Oh!, rayito de sol veraniego que con tu mirada haces arder mi piel con embaucamientos mil, hoy necesito proclamar al viento, ese mismo céfiro primaveral que acaricia de leve las flores del rosedal en las cálidas tardes de octubre, que tus admirables ojos me hechizaron robando de vez mi sueño. Son como dos delicadas perlas de azabache que han sido encarceladas dentro de un vasto mar de hermosura y preciosidad.
Por ese divino fundamento vivo hoy el desvarío en esta ciudad salvaje que me mantiene alejado de ti, un fuego de sueños furiosos que me consumen en esa distancia infinita que separa nuestros cuerpos.
Sois la celestial causante de que mi corazón palpite con el sonido fustigador de los vidrios rotos. La desventura de no poder besarte atraviesa ya esa paz adormecida que un día tú incitaste dentro de mí.
Si dicen que en el amor no valen los párpados cerrados, las miradas contenidas, susurros detenidos abruptamente por labios de carmesí, cede entonces a que el inmortal sol de los cielos trasmigre cachos de su luz en tu ovalado rostro de tenue abenuz, para que tus cabellos más negros que el ébano, peinados con la gracia y sencillez de una diosa, absorban el ardor inverosímil de sus rayos como si ellos fuesen besos que te entrego en mis incontenidos delirios.
Huyen con prisa mis palabras, como siento que se evade mi vida en desatino entre sueños e ilusiones mil, en cuanto camino inseguro a pasos amargos en un traje de piel vacío y un cuerpo sin nexo.

Ahora, lúcido sol de mi vida, te quiero como para escuchar toda la noche y dormir abrazado en tu pecho, sin recelos ni fantasmas que nos despabilen… Te quiero como para no soltarte jamás. 

quarta-feira, 24 de agosto de 2016

Huellas de Tristeza


Recuerda, muchacha soñadora, que no tiene cualquier sentido deponer de nuestras ilusiones y quimeras, pues lo que en verdad se necesita derrumbar, son las barreras que nos impiden cumplirlas.
Nunca te fíes ni un poco en la tristeza y la melancolía. Nunca permitas que ellas pasen por la rendija de tu agonía, ni tampoco escuches la seductora tonada de sus arrullos, ni te cobijes en ellas cuando te refugies en tu soledad. Échalas lo cuanto antes así que las presientas.
No confíes en tu intuición, esos aciagos sentimientos siempre dejan huellas en el corazón y suelen esconderse hasta en tus viejas canciones, en los ajados álbumes de fotos que guardan tus recuerdos, y hasta en los potes de polvos y perfumes que guardas en tu tocador.
Tíralo todo, deshazte ya de todo eso. La tristeza no es buena amante, sólo te traerá recuerdos que son mentiras, y siempre te querrá sola.
Ten en cuenta que de inicio, silenciosa y muda, fría como el blanco mármol del sepulcro, ella habitará primero en tus ropas y en tus cabellos, luego tomará cuenta de tu piel y de tu alma, hasta que de repente, cuando menos lo esperas, acabará sin más doliéndote en los huesos.
Vive la vida, muchacha soñadora, y el día que la tristeza te aprese bajo su desventurado velo, necesitarás revelarte, alzarte, saltar, huir, caminar, correr, escapar hacia lo más lejos. Hacia mis brazos, por ejemplo... No te dejes paralizar por ese alacrán siniestro que te consumirá en vida.
El momento demanda construir algo bonito. Deja de pensar en ti y en lamentaciones. La tristeza no tiene poder fuera de tu ego. Y tú eres mucho más que un ego, eres todo lo que amas, y todo el amor que has recibido y recibirás hoy y mañana. La vida solamente acaba cuando dejamos de soñar, cuando dejamos de creer, y el amor agoniza en muerte lenta cuando dejamos de cuidarlo.

La tristeza nunca pudo nada contra el amor, ella sólo entiende de rencores y desamores. Abrázame, abrázate ya al amor, muchacha soñadora, para nunca despeinar tus utopías y expulsar la tristeza de tu alma para siempre.

terça-feira, 23 de agosto de 2016

Seducción


Bien puede que esta historia tenga su lado cruel como parte de esa misma maldad que existe en este mundo que nos asola, pero, verdadera o no, no deja de ser singular.
…Estaba la joven, cuya silueta se mostraba aventajada a causa que los dioses no la había favorecido en nada con su genética, sentada cierta noche en la mesa de un bar, cuando notó un hombre que la observaba constantemente.
De inicio no le dio mucha importancia, aunque tampoco se hurtó de reparar que éste era un joven bastante bien presentable, de ondulado cabello negro peinado con gel, un rostro recién rasurado, razonablemente bien vestido y con una sonrisa de bellos dientes.
De repente él le hizo una seña y ella le respondió con un leve movimiento de cabeza. Sin más tardanza, él se sentó a su mesa y ellos entablaron una conversación que sonó más o menos formal. Intercambiaron nombres y contaron sus preferencias y sus lugares de trabajo, ella en un banco, él, intelectualmente ocupado en actividades diversas.
Las copas se sucedieron entre amenidades conversadas, y espontáneamente él se fue aproximando a ella y le pasó el brazo sobre sus hombros. Estaba perfumado, lo que en verdad a ella mucho le agradó. Tenía horror a esos olores sospechoso que más se parece a una emulsión de cebolla rancia y vinagre.
Sin otra cosa, apreció que una de las manos le subía por su pescuezo, y dedos exacerbados e inquietos jugaban con su oreja para pronto ir bajando despacito hasta la comisura de sus senos. De inicio, vergonzosa, ella se esquivó un poco, pero fue permitiendo que la mimada exploración avanzase distraídamente… Hacía bastante tiempo que no era acariciada tan delicadamente.
Cuando dio por sí, ya estaban acostados en la cama de su pequeño departamento… ¡Oh, qué noche maravillosa! -pensara ella para sí-, ¡qué desempeño! Y resolvió dormir un poco más, al fin de cuentas era domingo.
-Duerme, mi corazón, que voy a preparar un desayuno como nunca tomaste igual -avisó él, cuando el sol apenas mostraba su cara entera en el horizonte.
Ella se desperezó levemente, murmuró algo insondable, viró su cuerpo y volvió a dormir. También, después de una noche como aquella…
Ella despertó a las diez, preguntando por el desayuno. Al no obtener respuesta, se levantó, cubrió pudorosamente su cuerpo saciado con la sábana arrugada, y fue hasta la cocina, cuando notó, extrañada, que la puerta de servicio estaba abierta.
Su nuevo laptop, el que aún no acabara de pagar, su celular, habían desaparecido junto con el dinero que tenía en la cartera.

Lo que le pareció peor, fue que se quedara sin desayuno y sin el hombre que la había hecho sentirse inmensamente feliz.

segunda-feira, 22 de agosto de 2016

Pequeños Deseos


A veces me parecías niña, a veces divino ángel y a su vez demonio, fragancia de flor antes de marchitar, pero siempre, siempre, una gran mujer. A veces te creía fruta o pan de miel, jazmín en flor o rosa desabrochada… Otras veces, en días de lluvia, quizás todo a la vez.
Oh, mujer alada de mis desvelos y letargos, estopín de mil delirios y emociones, miscelánea de milagro y mar, melancolía y maravilla a la vez, espuma de mar que muere letárgica en la arena, alma dura como un junco de bañado que el viento adverso sacude y dobla pero nunca quiebra, pero siempre siempre mía.
Ruego que me enseñes a jugar como tú, que ilusionas, pero no te ilusionas; que enamoras, pero no te enamoras; que rompes corazones pero nadie logra corromper el tuyo. Enséñame el amor, que ya bastante herida está mi alma como para soportar otra caída más…
Mi problema no son los sueños, me gusta soñarte. Mi problema son los amaneceres, el despertar y no tenerte, el abrazar la nada… Ese es ciertamente mi problema, soñar contigo y despertar si ti.
Hoy, por no tenerte a mi lado, tengo los días hechos de pequeños deseos, de vaporosas nostalgias, de perpetuas ilusiones, repletos de silenciosos recuerdos y melancólicos desconsuelos.
Lo único que mi mente turbada alcanza a imaginar ahora, es vivir un tiempo sin tiempo, desvestido de edades, miedos, desconfianzas, conceptos y expectativas.

Un indescifrable tiempo donde apenas solamente ser sea posible; y así, como las Juanas y las Marías, yo no pierda la extraña manía de tener fe en la vida.

domingo, 21 de agosto de 2016

Te Llamaré Vida


Cuando tú requeriste, con voz severa, que nunca más te llamase Gaby, tu nombre, necesité expresar, decepcionado, que eso sería imposible, pues era para mí una designación cariñosa por la cual te identificaba como planta, flor, piedra, joya o vino, de algo que nace de la tierra para durar eternamente.
No era más que un nombramiento dentro de una palabra encerrada y de cuyo crecimiento de pocas letras amanece y florece la dicha como botón de jazmín en primavera, o de cuyo estío revienta la luz de los cerezos en flor.
Escasas letras que en oídos perceptivos y apasionados habrían de sonar como remansos de un río que corre perene sin detenerse, tortuoso reguero de aguas serenas que en mi corazón ardiente desemboca y nutre.
Violeta coronada de espinas, nombre de enredadera que florecisteis en mi jardín, de cipos canasteros de una pasión incontenida, hiedra de madreselvas y soto de malvones que anunciaban a mil voces la fragancia del mundo, recordad que el delicado ramillete de amores y cariños que te entregué un día, tu abrupta indiferencia lo has convertido ahora en ramo de sombra y flores marchitas junto al frio silencio nocturno.
Tu infame desidia lo ha convertido a exprofeso en un manojo florido sin fragancia que más se iguala a piedra con espuma, a sortilegios de espinas como espadas, a corona de cólera y estrellas sin puntas, a luna sin brillo, a una playa sin mar, a día sin sol.
Lo cierto es que ahora tremió la noche pavorosa sobre mi alma, y la aurora ya no llenará todas las copas con su embriagante vino, ni el sol reinará mis días con su presencia ardiente. Fui herido de muerte sin comprender que había encontrado el amor en tu territorio de besos y volcanes.

Te permito que dudes si son de fuego las estrellas, que el sol se mueva, que la luna sea de plata o que la verdad sea mentira, pero no desconfíes jamás lo cuanto te amo.

sexta-feira, 19 de agosto de 2016

Exuberancias



Sería oportuno que se estableciera cuanto antes, en que fecha cumplen su mayoría de edad los vicios menores; no obstante, de cara a los desenfrenos que causa la pasión, me sobrevenga una duda: ¿quién jamás ha puesto al huracán del amor ni yugos ni trabas, ni quién el rayo del deseo detuvo prisionero en una jaula?
Está probado por a más be, que yo alcanzo el éxtasis de mis utopías ante una impactante presencia de coloraciones surtidas, fusionadas en una amalgama entre cal y fango, entre madero y guijarro, entre metal y cristal, entre sangre seca y rezos de plegarias, entre imágenes ya esculpidas y rostros cobrizos donde tú no estás.
Es a causa de ello que, consternado por la distancia que nos separa, ruego al santo pajarillo que canta plegarias al amor, tan sólo un favor: vuela hasta la lucera de mi velada amada y entrégale en mi nombre el requiebro de tus trinos, y omite revelarle a la diva de mis ilusiones que por aquí yerran mis más resignadas reflexiones. Entretanto, en cuanto no vuelves con tu trino, me entregaré a indagar los sucesos de una época que probablemente jamás volverá.
Entre las mil aflicciones que me atosigan el alma, debo admitir que el leve roce de su beso fresco sobre mis labios de jaspe, su dócil caricia afectuosa sobre mi piel deslucida, o el más exiguo susurro que ella dispensa en mi oído como gemido de amor en flor, despiertan y provocan en mi alma una exuberante cascada de emociones expectantes que me conducen a la puerta de la locura. 
Esa hechicera luz que irradian sus lindos ojos color de melaza azucarada, es la que ahora sirven para iluminar mi pedregoso sendero, permitiéndome distinguir con claridad la flor de esa niña mujer que, callada, habita dentro de mí.

Sus largos cabellos dorados son como largas espigas de trigo maduro que se mecen con la caricia del viento… Pero cuando me besas, ¡oh!, cuando tú me besas, mi linda niña, miles de mariposas de colores aletean agitadas en mi mente y me transportan irreflexivo hasta la punta del delirio.

quarta-feira, 17 de agosto de 2016

Diversiones Mortales


Atentos, que este cuento bien pudo no ser escrito, bien pudo no ser leído y nunca acontecido.
…Mientras Julián duerme y sueña sueños que no sabemos pero que bien podemos suponer sean referentes o alusivos a la hija de algún buen vecino, un templado viento norte sigue arrancando alargadas quejas y ruidos metálicos de los diversos techos y galpones, mientras lechuzas gritan descomedidas, muge como en sueños alguna vaca de por ahí, aúlla algún perro, mía un par de gatos en celo, y varias aves de vuelo silencioso sobrevuelan los árboles y las casas del pueblo lo mismo que brujas noctámbulas.
A esas horas la luna sube y sube en un cielo solo para ella. Y estando muy alta ya, muy arriba, muy solitaria y dueña de sí, golpes en la puerta del cuarto despertaron a Julián que pernoctaba tranquilo en el recinto.
Estiró el brazo con la intención somera de encender la veladora, intrigado, y oyó que se repetían los golpes, ahora quizás sonando más perentorios esta vez. Buscó vestirse rápidamente, mientras nuevos golpes, siempre sonando un poco asordinados, se impacientaban en cuanto él iba de camino hacia la puerta. Una repentina corazonada le dijo que quien llamaba era la agradable Gabriela, hija menor de un mayoral del lugar. Cuando finalmente abrió la puerta la encontró quieta y serísima, aunque audiblemente jadeante. 
En ese momento ella no vestía las negras ropas talares de horas antes, sino un manto claro y liviano que apenas le llegaba a las rodillas. Determinada, Gabriela hizo gesto de entrar, y Julián le cedió el paso. Estaba descalza, y entró con los ojos bajos dejando escapar apenas un gruñido que sonó sordo, casi agresivo, aunque también ansioso.
Luego, sin levantar los ojos del suelo, elevó y bajó desordenadamente los brazos, varias veces, en una especie de aleteo breve y torpe, como mala parodia de un intento de vuelo. Al instante Julián percibió que debajo del manto estaba desnuda y se apresuró a cerrar la puerta. Gabriela lo miró como si fuera a atacarlo y él dejó algo sobre el frio mármol de la cómoda y la tomó de los antebrazos.
Ella no era virgen, si es que ese detalle importa en esta historia, y por tanto supo disponer su cuerpo bajo el cuerpo del hombre; supo, borrascosa y muda, ahogar sus gemidos e imponer ritmos para adecuarse a los ritmos de Julián; supo obtener también, en un comercio consigo misma, dos profundos, casi desconsolados orgasmos, que él hizo cuestión de seguir paso a paso en la respiración, en el forcejeo y los naufragios graduales del aire en la garganta. Varias veces intentó besarla pero ella rehuyó la boca.
Simultáneamente con la segunda quiebra o el segundo desmayo de un estertor hacia adentro, Julián desistió de contenerse. Y aunque todos hemos sentido que después de una cúpula pareja sobreviene como una ola en reflujo que parece arrastrar por un momento los dos cuerpos hacia una paz sometida y compartida, de sangres hermanadas, aquí nada de ello sucedió, porque Gabriela se escurrió del brazo de Julián y saltó de la cama.
Rápidamente recogió del suelo su manto y se cubrió para enseguida enfrentarse al espejo. La luz de la veladora iluminaba desde abajo y le superponía en el rostro sombras que le mentían una máscara. Julián, sentado en la cama y todavía ganoso, la miraba de espaldas y, por el reflejo del espejo, veía aquel rostro más extraño que nunca y el canal de los senos naciendo en la boca del manto.
Notó, con cierto pasmo, que ella empezaba a hacer muecas y contorsiones, como si buscara quién sabe qué cosas en sus rasgos deformados por las sombras, y después realizó francas morisquetas, como si con ellas se burlara de sí misma. Abandonó la cama y fue a asirla de nuevo, pero ella alcanzó a ver su movimiento por el espejo y, sin volver la cabeza, abrió la puerta y huyó sobre el silencio de sus pies descalzos.
Julián quedó parado en el hueco de la puerta, vacilando, enfrentado a todo el tamaño de la noche, que ahora ya ni miró. Luego a seguir, mecánicamente, cerró la puerta, se aproximó de la veladora, se acostó y apagó la luz. La cama olía a mujer. No le fue fácil volver a dormirse.
Mientras Julián duerme y sueña sueños que no sabemos ni sabremos jamás, cae la luna y cae el cielo que envejece, que va luego como vidriándose, hasta que finalmente el alba comienza a levantar sus párpados sobre los tejados aun húmedos de rocío.
Ya hay mucha luz naciente y se notan dos chimeneas echando humo desde alguna casa, cuando nuevos golpes en la puerta despertaron a Julián que dormía. No necesitó encender la veladora porque vio en los postigos mal cerrados de la ventana que había amanecido o a ojos vista estaba amaneciendo. Se levantó raudo y abrió del todo los postigos; una suficiente luz grisácea entró a través de los vidrios, al tiempo en que los golpes se repetían mientras él comenzaba a vestirse.
Sin llegar a imaginar quien podía ser, recordó la visita de Gabriela y se sonrió, tal vez por causa de un sórdido orgullo masculino. Velozmente memorizó, revivió casi, detalles de esa visita, y se dijo que no podía ni debía contar a nadie, jamás, aquello un mucho increíble que le había acontecido. Otra vez golpes, muy enérgicos ahora. Todavía vistiéndose, abrió la puerta y descubrió que quien estaba de pie frente a él era Gabriela.
No vestía el manto claro con que había llegado a eso de medianoche sino el casi-hábito religioso del día anterior. Tenía asimismo, si bien menos extraviados o libres, los ojos duros con que había entrado esa noche. Si bien nada podía hacer pensar en una sonrisa por más leve que fuese, la boca entreabierta y húmeda mostraba ahora, apenas, blancura de dientes.
Hombre y mujer se miraron un instante y luego ella avanzó. Él se hizo a un lado para dejarla pasar. Ella entró hasta casi enfrentar la ventana y giró sobre sí misma. Julián vio entonces en la mano de la mujer el brillo de un revólver cargado con cinco balas en el tambor. Intentó un manotazo para quitárselo, pero ella saltó a un lado y, rápidamente, hizo fuego.

Los primero y casi simultáneos balazos abatieron herido de muerte a Julián; los otros tres, más espaciados, fueron un ensañamiento o por lo menos un exceso, así como también fueron ensañamiento o exceso, sin duda alguna, las inexplicables mordeduras que el médico forense encontró en el cuello y el pecho del cadáver.

terça-feira, 16 de agosto de 2016

Perfume de Flor



Debes suponer, mi dulce y sensitiva niña, que el infinito nunca será por demás distante e inalcanzable, si tú admites por un instante que tus sueños e ilusiones nocturnas vuelen hacia él en un serafín alado.
Alma de mi alma, hoy eres todo perfume de flor. Tu tibia piel posee la penetrante fragancia de mil rosas, junto al dulce aroma del jazmín que desabrocha en la primavera de la vida.
Puede que tú no lo sepas aun, pero llevas preso a tu cabello el efluvio de los claveles del amor. De hecho, el estar a tu lado es como si caminase en una pradera de miles de celestes lavandas afloradas.
Disculpa el ardor de mi voluntad, hechicera de mis horas, pero te suplico de rodillas que permitas que mis manos, en este momento atrevidas y codiciosas, se ahuequen durante un largo instante en tus rosadas mejillas, y que mis labios, que hoy son de mármol, toquen mil veces tus labios de almíbar y arrope, para que el beso que te entregan sea la caricia suave de una brisa de esplendor que mima la frescura del rosedal.
Confieso, dulce niña de mis aturdidas quimeras, que tus bellos ojos color de miel, tu sonrisa de querubín, y la dócil cadencia de tu voz, es lo que me provoca alucinaciones de aguamiel.
Deja, hada de mis sueños, que mis anhelantes y trémulas manos se entreguen, esperanzadas que están, a explorar entre caricias el terciopelo dócil que cubre la piel de tu cuerpo. Concede a este torpe penitente del amor, a que sus dedos ambiciosos se deslizan leves y tibios sobre tu cuerpo de seda.
Aprecia como mis ojos, bajo párpados humildes, te aman silenciosos con la mirada… Y notarás que junto a su tácito observar, mis labios sedientos ahogarán ahora su sed de amor en tu boca de almíbar.

Con tu anuencia, miles de veces mis tiernos besos de amor y mis suaves caricias de pasión colmarán tu alma de un delirio sinfín, haciendo que el nirvana entero se postre a tus pies.

segunda-feira, 15 de agosto de 2016

Llanto de Zorzal


Recuerdo que no hace mucho, a los dos nos envolvían los abrazos y a todo ceñimos juntos con un abrazo. Me refiero a esos, los de todo tipo. Sin embargo, de a poco nos fuimos olvidando de lo más transcendental que existe en la vida, hasta que nos transformamos de pronto en dos simples desconocidos con muchos recuerdos en común.
No es sin pesar, que hoy debo reconocer que tú has sido una efímera ráfaga de felicidad infinita que la tormenta de la pasión alcanzó a destruir antes de dar tiempo a que el propio tiempo pudiese cimentar las ilusiones partidas.
Hoy ya no entono poesías, niña mía. Canto penas que a duras penas arranco de las cuerdas de mi etérea guitarra. En el momento, sin rumbo, ya no canto desde mi garganta esas voces elementales que en las tardes estivales pasaban verde su canto como el torrente de llanto vertido por los zorzales.
Otrora fueron verdaderos acordes del sentimiento que lograron brotar de afecto junto al alboroto del viento que se entretenía desflecando tus cabellos. En ese entonces, yo solo ansiaba con afición que el arrullo de mi ronca voz de milenarias ilusiones, realizara en ese viaje mío una música de ensueños que arrullase el conluio de tu encanto.
Fue hundido en esa placidez sonora que alcé el cenit de mi canto, más bien por orgullo que por halago, en un cielo con mil estrellas a mis pies.

En este momento, solitario, profundamente angustiada, ya no tiembla mi guitarra como tiembla de amor una novia apasionada. Hoy sólo las sombras escuchan a quien ahora entre sombras canta, y sé que en breve, un día entre los días, Dios habrá de juzgar esa ave cantora que ahora anida muda en mi alma.

sábado, 13 de agosto de 2016

Estrellas Diáfanas




Desde muy pequeño que me gusta hablar a solas con las estrellas. Pero fue tan solamente al rebasar el trajinar del tiempo, que alcancé a darme cuenta que cuando cualquier estrella recorre inmortal las sombras de la madrugada, como si ella fuese una lágrima furtiva, es en verdad la noche quien llora profundamente angustiada.

Es durante esos fuscos momentos de soledad noctívaga, que las sombras logran escuchar con claridad quien entre las sombras canta y encanta, no obstante yo, confiando en la intuición del viento en su espasmo madrugador, disfruto el instante y me pongo a elegir palabras.

Es la noche y es la duda quienes nos enseñan a contar con casi nada. Y si acaso un incierto motivo hace que la vigilia cuente con la guía segura de algunas pocas estrellas, yo como cualesquiera nos veremos obligados a andar por caminos sin mucha confianza. Sin embargo, es ahí donde mi fe, en un rescoldo que ni alumbra ni se apaga, la que mantiene intacto el secreto primogénito del alba.

Inmerso en esa magia estelar, supongo fácilmente que al principio de los tiempos debo haber sido una estrella en la mirada de nuestro Supremo, de cuya pupila soberana descendí tal cual una lágrima de novia acongojada.

Pero hoy, cansado y dolido en mi hosca mansedumbre condenada, soy tan sólo un pedazo de sombra que se revela y canta. Y, a lo mejor, probablemente mañana u otro día cualquiera, puede que Dios me lleve con mi copla donde más se necesite para salvar allí una esperanza.

Quién sabe escondida dentro de esa estructura de barro estrella que poseo, tenga yo encarcelada un ave cantora que habita inconsciente en un alma que tiembla en la gruta del grito y que sin más aletea triste en mi garganta.

sexta-feira, 12 de agosto de 2016

Náufrago




No hay instante en que no sueñe con zambullirme en tus brazos, como mar, para, leve como barca de papel, me lleves calmamente en tus mansas olas de dulces besos, hasta las blancas arenas de una isla de ilusión.

Hoy no soy más que un náufrago del amor a deriva por este anchuroso océano de la vida, lejos de un puerto seguro donde poder acrisolar mi vagante nao.

Soy alma desamparada y mustia que clama, en gritos ahogados, por las caricias y los besos de una niña mujer que me acoja de vez en el seguro refugio de su corazón.

Ansioso y famélico de besos y ternuras, ando vagando claudicante al margen del horizonte de la existencia, temiendo morirme pronto de inanición de amor.

Desencantado, de sol a sol advierto, niña de mis dulces quimeras, que estoy sin fuerzas para mudar la dirección en que el viento sopla, aunque estoy seguro que a cualquier momento, obedeciendo a tu voz, podré ajustar las velas de mi desvencijado bajel para juntos alcanzar el destino de nuestras almas.

¡Ten pena de mí, niña! Abrázame, bésame y quiéreme ya con todo tu espíritu y todo tu ser. Salva, con tu gesto piadoso, de la muerte segura a éste desamparado del amor.

¡Ábreme las puertas de Edén! Acógeme en tus brazos y apártame de las tinieblas profanas en las que me encuentro perdido. Muéstrame con prisa todo el albor que el amor produce. Cíñeme ya con tus abrazos de amor y a todo lo ceñiremos después en un único abrazo.

No consientas que mi prematura muerte a causa de la abstinencia de tus besos, se convierta mañana en un pesado fardo de tu conciencia.

Sálvame ya de mi martirio mundano, y partamos juntos cuanto antes hacia el paraíso terrenal.

quarta-feira, 10 de agosto de 2016

Sueños Delirantes


Llegó repentinamente a mi sueño despojada de todo pudor en medio de la niebla de la madrugada, para susurrar suplicante a mi oído: ¡Ámame!... ¡Haz de mí tu mujer!

Postrado e indefenso frente a mi hada de la noche, mis dedos torpes se entrelazaron en sus cabellos y mis labios se unieron a sus labios en un largo beso sediento y ambicioso, mientras tanto mi mano palpitante se entregaba mil veces a recorrer lentamente su cuerpo de la cabeza a los pies.

Así, en medio a incalculables cariños, la fui acariciando suavemente con dedos perdidos sobre una piel dócil y perfumada como quien toca de leve los pétalos de una rosa.

Mi boca recorrió entonces su espalda, despacio, lenta, sin prisa, sin prontitud alguna que me impidiese dejar cada milímetro de su piel sin besar. Miles de besos y caricias cubrieron su cuerpo como si se tratase del regio manto de una soberana a cubrir su hechura femenina y grácil.

Mis zafios labios anhelantes llegaron entonces hasta su cintura, su vientre, y en los encaracolados bellos de su pubis mi boca sedienta se perdió en otros labios húmedos y deseosos para arrancarle gemidos y suspiros incontenidos.

Luego mis labios alcanzaron sus tiernos pechos, y en dos pequeños y tiesos botones de rosa encarnada se solazaron pausados hasta lograr aplacar mi sed, sorbiendo de ellos el néctar de la vida que alimenta y nutre.

Iracundamente, nuestros cuerpos se agitaron entre mil piruetas cuando su sexo y mi sexo se convirtieron en un sólo objeto falto y exhausto de pasión y afecto. Perdidos entre infinitos corcoveos desenfrenados, nuestros susurros dieron lugar a perenes gemidos y a esos clamores de euforia que causa un acto de amor.

De repente ella arqueó la espalda y el volcán de la vida explotó dentro de sí, cuando la lava caliente roció sus entrañas hasta tocar su alma, dejándonos desmayados y perdidos entre un abrazo...  La enajenación matutina nos encontró de manos entrelazadas, abrazados en un único cuerpo oscilante y vibrante en cuanto nos entregábamos involuntarios al regocijo.

Cuando el crepúsculo mañanero corrió de vez el velo de la noche, al abrir mis ojos noté con pesar que la luz del día disipara de mis brazos la dulce maga de mis sueños…