Cuentos son
cuentos y en ellos el lector siempre puede añadir detalles y fantasear a su
gusto. Pero acredito que en este aquí puede que no.
…Existe en
cierta iglesia de un país del Viejo Mundo varias estatuas monolíticas, pero una
en particular llama la atención, pues además de candelas encendidas por quienes
piden intervención milagrosa, está especialmente un gran San Jorge, acorazado
con pectoral, yelmo y perneras, con plumas al viento y gran bigote de guardia
civil del cielo.
Sin embargo,
la historia de este San Jorge viene a ser una página negra en los anales del
arzobispado del lugar. El caso es que en cierta procesión, no se sabe a lo
cierto en cual, sin que ello salga perjudicada la inteligencia del caso en
cuestión, solía salir siempre San Jorge montado a caballo, como corresponde a
quien, desde inmemorables tiempos, anda en encendida lucha con los dragones. A
caballo, y empuñando la lanza, recorría San Jorge las calles de la ciudad
recibiendo, lógicamente, preces y saludos militares, mientras el caballo,
llevado firme de la rienda, piafaba de contento.
Así fue por
muchos años, hasta un día, nefasto, en que el caballo que había de transportar
al santo le pusieron herraduras nuevas, por estar las viejas gastadas. Sale el
cortejo, ocupa San Jorge su sitio en la procesión, y he aquí que tropieza el
animal con un carril de los del tranvía, resbala, le huye el suelo bajo sus
manos y patas, y allá va San Jorge de bruces contra el pavimento, con estruendo
terrible, pánico y consternación.
Estruendo fue
lo que se oyó, pánico el de los ratones que en tropel huían de dentro del
santo, y consternación la de los curas, devotos y demás acompañantes, que veían
así, demostrado en plena plaza pública, el nulo cuidado que el interior del
santo les merecía. En él habían hecho nido los ratones de la iglesia, y eso no
lo sabían los clérigos. Esto ocurrió hace muchas décadas, y, de vergüenza,
nunca más San Jorge volvió a salir a la calle.
Allí está, en
la capilla, triste, lejos de la ciudad amada por donde nunca más asomó la cara,
con su pluma cimera ondeando al viento y la lanza pronta. Con todo, algunos
vecinos fantasean que a altas horas de la noche, cuando la ciudad duerme,
aparece por la capilla un caballo de sombra que, en seguridad, lleva de paseo
al santo. No hay en el camino quien le aplauda, pero San Jorge no le importa,
ha aprendido a su costa de cuán poco depende la gloria.