Hay momentos en que debemos cerrar la ventana del
alma o, como austera prevención, entornar los postigos que la encierra y abriga,
ya que en su sutil esencia no existen puertas lacradas.
Nos basta con un descuido para que se nos meta en
los ojos las hojarascas de los ayeres, nos oprima el pecho los desencantos y
sus dramas, nos sometan los resquicios de amores que ya partieron a otros
brazos, a otros besos.
Es una virtud muy complicada. Requiere sencillez de
espíritu para enfrentar las exuberancias del corazón, los amores furtivos, los
breves instantes de una felicidad
que un día despertaron dentro de nosotros como si fuera un
motín de estremecimientos de la cabeza a los pies.
Que no nos abandone la perseverancia. La dificultad
es un muro de contención que nos priva de cambiar por completo nuestra
concepción del mundo. No se puede abandonar la vida por la puerta falsa. Hay
que vivirla llevando de la mano nuestros fantasmas.
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