quinta-feira, 25 de agosto de 2016

Confesión


¡Oh!, rayito de sol veraniego que con tu mirada haces arder mi piel con embaucamientos mil, hoy necesito proclamar al viento, ese mismo céfiro primaveral que acaricia de leve las flores del rosedal en las cálidas tardes de octubre, que tus admirables ojos me hechizaron robando de vez mi sueño. Son como dos delicadas perlas de azabache que han sido encarceladas dentro de un vasto mar de hermosura y preciosidad.
Por ese divino fundamento vivo hoy el desvarío en esta ciudad salvaje que me mantiene alejado de ti, un fuego de sueños furiosos que me consumen en esa distancia infinita que separa nuestros cuerpos.
Sois la celestial causante de que mi corazón palpite con el sonido fustigador de los vidrios rotos. La desventura de no poder besarte atraviesa ya esa paz adormecida que un día tú incitaste dentro de mí.
Si dicen que en el amor no valen los párpados cerrados, las miradas contenidas, susurros detenidos abruptamente por labios de carmesí, cede entonces a que el inmortal sol de los cielos trasmigre cachos de su luz en tu ovalado rostro de tenue abenuz, para que tus cabellos más negros que el ébano, peinados con la gracia y sencillez de una diosa, absorban el ardor inverosímil de sus rayos como si ellos fuesen besos que te entrego en mis incontenidos delirios.
Huyen con prisa mis palabras, como siento que se evade mi vida en desatino entre sueños e ilusiones mil, en cuanto camino inseguro a pasos amargos en un traje de piel vacío y un cuerpo sin nexo.

Ahora, lúcido sol de mi vida, te quiero como para escuchar toda la noche y dormir abrazado en tu pecho, sin recelos ni fantasmas que nos despabilen… Te quiero como para no soltarte jamás. 

Nenhum comentário:

Postar um comentário