Unos sacan
cuentas mientras otros cuentan cuentos. En todo caso, veremos si éste resulta
de agrado…
…Existe en
cierto país la tierra del gallo milagroso que después de asado cantó y tuvo
descendencia, tanta que, si aún no llegó al millón, muy poco le faltará. Una
historia contada con palabras breves, aunque no llegue a ser más maravillosa
que la de San Antonio cuando éste les hablara a los peces y que ellos lo
oyeran.
Independiente
de cuál era la nigromancia de este santo hablador, el caso es que en un antiguo
pueblo ibérico hubo, en inmemoriales tiempos, un crimen, y no había manera de
saber quién había sido el criminal. Cayeron las sospechas sobre un gallego, y
sólo por esto se puede comprobar cuán xenófobas eran esas gentes de aquel
pueblo, que en viendo el gallego dijeron: “Es él”. El hombre fue preso entonces
y condenado a la horca; pero antes que lo llevaran al patíbulo pidió ser puesto
en presencia del juez que había dictado la sentencia.
El tal juez,
quizás por sentirse muy conforme consigo mismo y con la justicia ya hecha y obrada,
cuando llegó el reo estaba dándose un gran banquete, momento en que en la
bandeja esperaba el trinchante un gallo asado.
Volvió el
gallego a asegurar su inocencia, con riesgo de estropearles la digestión al
juez y a sus amigos, y, en desespero de causa, desafió todas las leyes del
mundo y del cielo, diciendo: -Tan seguro estoy de mi inocencia como de que este
gallo cantará cuando me ahorquen.
El juez, que
creía saber muy bien qué cosa es un gallo muerto y asado, y que no sabía de qué
primores es capaz un gallo honrado, se echó a reír. Con él rieron todos, y a
carcajadas. Se llevaron, pues, al condenado, y siguió la comilona; pero a las
tantas, cuando al fin avanzaba el trinchante hacia el asado, se alza el gallo
de la bandeja goteando salsa y tirando las patatas del compango, y desde la
ventana lanza el más vivo, provocador, pendenciero y adornado quiquiriquí que
se haya oído jamás en la historia de ese pueblo y alrededores.
Súbitamente,
para el juez fue como si allí sonaran las trompetas del Juicio Final. Se levanta
de la mesa, corre al lugar de la horca, aún con la servilleta atada al cuello,
y ve que también allí habían actuado los poderes del milagro, pues el nudo de
la soga se había soltado, con gran asombro de los asistentes, vista y
comprobada la competencia del verdugo.
El resto del
enredo ya se puede imaginar. Soltaron al gallego, lo dejaron que se fuera en
paz, y volvió el juez a la cuchipanda, que se estaba enfriando. Pero nada nos
dice la historia del destino del milagroso gallo, si se lo comieron en acción
de gracias o si lo veneraron en alguna capilla mientras el tiempo no le
desajustó los huesos.
Sin embargo,
lo que sí se sabe y se cuenta, por causa de evidentes pruebas materiales, es
que su imagen ha quedado esculpida a los pies de Cristo en el crucero del Señor
del Gallo, y que, en figura de sus descendientes de barro, volvió al horno para
ser exhibido vivo en todas las ferias de la provincia, con todos los colores
que un gallo tiene y quizás pueda tener.
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