quarta-feira, 5 de outubro de 2016

El Gallo Milagroso



Unos sacan cuentas mientras otros cuentan cuentos. En todo caso, veremos si éste resulta de agrado…
…Existe en cierto país la tierra del gallo milagroso que después de asado cantó y tuvo descendencia, tanta que, si aún no llegó al millón, muy poco le faltará. Una historia contada con palabras breves, aunque no llegue a ser más maravillosa que la de San Antonio cuando éste les hablara a los peces y que ellos lo oyeran.
Independiente de cuál era la nigromancia de este santo hablador, el caso es que en un antiguo pueblo ibérico hubo, en inmemoriales tiempos, un crimen, y no había manera de saber quién había sido el criminal. Cayeron las sospechas sobre un gallego, y sólo por esto se puede comprobar cuán xenófobas eran esas gentes de aquel pueblo, que en viendo el gallego dijeron: “Es él”. El hombre fue preso entonces y condenado a la horca; pero antes que lo llevaran al patíbulo pidió ser puesto en presencia del juez que había dictado la sentencia.
El tal juez, quizás por sentirse muy conforme consigo mismo y con la justicia ya hecha y obrada, cuando llegó el reo estaba dándose un gran banquete, momento en que en la bandeja esperaba el trinchante un gallo asado.
Volvió el gallego a asegurar su inocencia, con riesgo de estropearles la digestión al juez y a sus amigos, y, en desespero de causa, desafió todas las leyes del mundo y del cielo, diciendo: -Tan seguro estoy de mi inocencia como de que este gallo cantará cuando me ahorquen.
El juez, que creía saber muy bien qué cosa es un gallo muerto y asado, y que no sabía de qué primores es capaz un gallo honrado, se echó a reír. Con él rieron todos, y a carcajadas. Se llevaron, pues, al condenado, y siguió la comilona; pero a las tantas, cuando al fin avanzaba el trinchante hacia el asado, se alza el gallo de la bandeja goteando salsa y tirando las patatas del compango, y desde la ventana lanza el más vivo, provocador, pendenciero y adornado quiquiriquí que se haya oído jamás en la historia de ese pueblo y alrededores.
Súbitamente, para el juez fue como si allí sonaran las trompetas del Juicio Final. Se levanta de la mesa, corre al lugar de la horca, aún con la servilleta atada al cuello, y ve que también allí habían actuado los poderes del milagro, pues el nudo de la soga se había soltado, con gran asombro de los asistentes, vista y comprobada la competencia del verdugo.
El resto del enredo ya se puede imaginar. Soltaron al gallego, lo dejaron que se fuera en paz, y volvió el juez a la cuchipanda, que se estaba enfriando. Pero nada nos dice la historia del destino del milagroso gallo, si se lo comieron en acción de gracias o si lo veneraron en alguna capilla mientras el tiempo no le desajustó los huesos.
Sin embargo, lo que sí se sabe y se cuenta, por causa de evidentes pruebas materiales, es que su imagen ha quedado esculpida a los pies de Cristo en el crucero del Señor del Gallo, y que, en figura de sus descendientes de barro, volvió al horno para ser exhibido vivo en todas las ferias de la provincia, con todos los colores que un gallo tiene y quizás pueda tener.

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