Claro que esto
tiene sus propios bemoles, pero es más que obvio que no existe nada substancialmente
gracioso en la imperfección de los sentimientos, mismo que siempre exista
alguien que se eleva por encima de la desesperanza y, estando un poco loco en
ese instante, logre de cierta manera sobrellevar la desgracia.
Esto se testifica
en un hecho ya confirmado por cotejo científico, ya que todos estamos un poco
locos, no mucho, por lo que efectivamente nos sentimos mejor al momento que logramos
tomar contacto con nuestra locura periódica. Por supuesto, siendo así, no se
puede descartar que el amor es la sabiduría de los locos, un sentimiento provisional
que a su vez se convierte en locura en los sabios.
Hay una
infinidad de personas que siguen suprimiendo la alegría creyendo,
desafortunadamente, que la vida es una empresa seria. No los envidio, pues, con
frecuencia, ellos consideran que la tontería y la puerilidad son regresiones
del comportamiento en lugar de comprender que cada uno tiene algo de ridículo y
que el niño que existe en nosotros es una de nuestras posesiones más preciadas.
Me refiero a todos
esos que cultivan el refinamiento y la sofisticación a expensas de la espontaneidad
y la diversión, esos mismos individuos de mirada estrafalaria y faltos de amor que
hacen que la sonrisa cortés sustituya la risa espontánea y que sus impulsos de
alegría surjan en forma moderada o, en todo caso, directamente desaparezcan por
deferencia al sentido común y al buen gusto.
Podemos
catalogarlos como seres reprimidos de espíritu que olvidan que en cada uno de
nosotros existe una reserva de alegre libertad, de locura, si lo prefieren.
Ya que vivimos
en un mundo en el que no se escatima el absurdo, sostengo que ninguno debería
dudar un instante siquiera frente la posibilidad de poder sumar con alegría y
en broma nuestro propio toque de insania, ya que éste es uno de los mejores
modos de vida que conozco.
Y si la vida es
así, ¿por qué no hemos de regocijarnos con nuestra tontería contenida?
Nenhum comentário:
Postar um comentário