Hurgando en
los mamotretos, además de insectos y toda su escabrosa parentela, encuentro el
registro que dice que la sencillez corresponde a algo simple que es formado de
un solo elemento que carece de lujos aparentes o adornos, sin composición ni
complicación, algo fácil de comprender y hacer, que no posee un artificio
retórico. Un asomo que es de carácter natural y espontaneo, y que tiene menos
cuerpo o volumen que las otras cosas de su especie.
Esas son
explicaciones que se aplican al burdo material, a lo tangible, sobre algo que
nuestros dedos pueden palpar, pero que de igual forma es una virtud visible a
los ojos perceptivos del ser humano, visto que esa palmaria actitud representa
humildad, candor, simpleza y afabilidad entre otras cosas por el estilo.
Sin embargo,
poseer esa cualidad especial y privativa, pasa a ser, a su vez, uno de los
ingénitos sustantivos más complicados de exteriorizar en cualquier rincón del
mundo en que vivimos o en el lenguaje que le apliquemos.
Esto se debe a
que cuando una persona es sencilla en su substancia como también en sus actos y
palabras, incluso en el lírico plectro de su instinto y percepción de la vida, ésta
corre un enorme riesgo de ser catalogada de inmediato como un ser tonto, un alucinado,
un bobeta soñador que anda por las esquinas de la vida desparramando utopías
insanas llenas de exaltación poética.
Con todo, es
fácil percibir que esos mismos censores de los actos ajenos que hacen profesión
de desconfiar de todo lo que los circunda, mismo que no los entiendan, les
parece que tienen cierta destreza innata para avanzar por fuera del misterio,
haciendo de su ignorancia una forma inédita de indiscreción. Tal vez estos sean,
no lo dudo, seres que se afanan en no ser, y, especialmente, en no parecer
sencillos.
Esa altanería,
esa pompa, su soberbia, son su concha de carey protectora, y se olvidan que en
la sencillez, jóvenes y viejos, hombres y mujeres o el género que sea, se
amparan y a la vez se comprenden, en cuanto esos que caminan por el laberinto
de la complejidad de proceder anidan entre la desconfianza y los rencores, sin
tener en cuenta que la muerte es el vértice de la sencillez.
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