Esas perpetuas veces en que tengo el alma inquieta y sin sueño, me
pregunto a causa de qué motivo extraño se debe eso de venirme todo el amor de
golpe justamente cuando tú estás tan lejana de mí, agrura de mis alucinaciones.
En esos soplos de espejismos que me invaden cuando estoy con el alma en
un hilo, yo sólo quisiera ser uno de los motivos de tu sonrisa, quizá un ínfimo
pensamiento de tu imaginación durante la mañana, o tal vez ser el cómplice de un
lindo recuerdo antes de que te eches a dormir.
Meramente quisiera tornarme una fugaz imagen frente a tus ojos, quién
sabe una voz susurrante en tu oído, o acaso un leve roce en tus labios. Pero efectivamente
yo quisiera convertirme en el único motivo que tú desearías tener a tu lado, por
ventura no durante todo el día, pero de una u otra forma, el que viva eternamente
en ti.
Mis suplicantes palabras nunca serán suficiente cuando lo que tengo a
decirte me desborda el alma, cariño mío, no obstante deba morderme la lengua para
que mis múltiplos motivos no salgan huyendo cobardemente por alguna de las
tantas goteras que tiene mi corazón.
El día que yo aprenda a amar con mi propio ímpetu y no con esa debilidad
que busco para huir de mí mismo, el día que aprenda a amar sin más para
encontrarme en la vida, no para renunciar sino más bien para afirmarme,
entonces y sólo entonces nuestro amor será mi fuente de vida y no un peligro
mortal.
Solamente te propongo, amor mío, que seamos ya ese pedazo de cielo
despejado de nubes soturnas, ese efímero espacio en que la realidad pasa de un
soplo divino a la aventura misteriosa en una odisea planetaria que estale en
pétalos de sueño y, como si fuese un ventarrón de pasión, haga deshojar rosas y
jazmines a su paso.
Hoy, falto de tus caricias y roces, tan sólo quisiera que me beses como
se besan pocas veces en la vida, con todo, con cariño, con pasión, entre la
pared y el corazón. Pero eso sí, que sea de esos besos que se pagan con el alma.
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