La acción de reír puede ser el mejor remedio para todos los males que
nos inquietan, inclusive para la expiación de los malos amores. Sin embargo, lo
trágico del caso, es que nos olvidamos que la risa
es un privilegio del
ser humano. Ningún otro animalejo se ríe con el verdadero sentido de esa función,
por lo menos aquellos que no son racionales.
Con frecuencia suelo cuestionarme sobre cuántas de las neurosis de la
actualidad se basan, al menos parcialmente, en personas con pocas flores en el
jardín de la memoria, que no se dieron cuenta que han perdido el contacto con
el sorprendente hecho de que la vida es un chiste maravilloso del que todos, de
alguna manera, formamos parte.
Evidente que la risa puede tener diferentes intensidades. Una de ellas la
podemos percibir luego de revelar a la diva de nuestras quimeras cuánto la
amamos. Los ojos de ella bailarán alegres y su par de labios purpúreos y
húmedos se entreabrirán. Aparecerá entonces una mueca leve en el rostro, sin
sonido. Esa será su sonrisa de
incredulidad.
Pero todo cuidado es poco, porque la sonrisa puede ser también un gesto
de cortesía o tan sólo una simple muestra de afirmación sobre lo que sea y
fuere. Y a pesar de que ambos términos posean definiciones diferentes, no es
raro que nos topemos frente a ellos en el contexto incorrecto, y más aún si
nuestra confesión de amor no toca el corazón de quien nos está quitando el
sueño, ya que muchas mujeres los utilizan de manera indistinta.
Sin apartarme más que lo necesario de lo que aquí interesa, el caso
peculiar, es que nos olvidamos que el sentido del humor nos ayuda a olvidar,
cuanto menos por un instante, nuestro demasiado inflado sentido de seriedad y
de propiedad. Probablemente eso no sea más que una sumisa declaración inconsciente
de nuestra superioridad sobre las desgracias y calamidades que a cualquier hora
podría caernos encima como cascotes de emoción.
Mismo que el concepto de risa suele referirse a una reacción espontánea
e involuntaria de nuestro empedernido pesquis, muchas personas continúan a
suprimir la alegría creyendo, de manera desafortunada, que la vida es una
empresa seria. Entonces su sonrisa cortés sustituye la risa espontánea y los
impulsos de alegría aparecen en forma moderada, o directamente desaparecen por
deferencia al sentido común o al buen gusto, y se quedan así, como si fueran esas boyas ancladas en la costa sacudidas por
la furia de la tempestad.
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