Turbado en la noche en mi firme empeño, me alcanzaba su visión tenaz mientras
la pensaba en silencio, entre letras sobre versos, uno por uno, coma a coma, en
suspenso.
Ella no percibía que yo la recordaba en los estertores de la noche, a lo
lejos, como lejos están las mañanas cuando nos desvelamos, o como una lágrima
cayendo igual a golpe de remo que hace saltar la espuma del mar. Mis suspiros se
volvían aire que al aire van, y las lágrimas en agua que van al mar.
Pero a ella se le ocurrió borrar las páginas de ese amor que entre los
dos habíamos escrito con una pluma de fuego y pasión. Intentó borrarlas con
lágrimas, con licores, con vino. Empezó a borrarlas de a una, pero sus lindos ojos
negros siguieron siendo líneas que bordan un horizonte a lo lejos. Seguían
siendo su norte.
Le habían recomendado olvidar nuestro pasado, y todas las noches ella lo
olvidaba. Y cuanto más intentaba borrar los restos de nuestro amor,
irónicamente, no lograba apagar la imagen de aquel hombre milagroso, de cabello
enredado y revoltoso, cariñoso y dueño de esa sonrisa tan particular que siempre
le arrancaba deseos de besarlo, y amo de esos ademanes únicos que tanto la
enloquecían.
Empezó a borrarme, y al hacerlo, se le iban borrando las líneas que yo
había trazado sobre su piel con mis sabias manos. De a poco apagó también todas
las figuras y trazos que yo le diseñé en aquellas noches llenas de estrellas,
que iban dando formas reales a un fantasma de bufa invención.
Empezó a borrar todavía el sabor de mi boca. La misma boca que había
recorrido las líneas y los dibujos que mis manos habían trazado, delicadas como
estelas de mar, en todo su cuerpo de mujer madura.
A cada noche intentaba borrarme, y cada vez ocupaba más vino para
olvidar el sabor de mis labios en su boca, pero perdida entre esas aspiraciones
se quedaba dormida. A lo mejor mañana logrará olvidarme nuevamente.
Yo, mientras tanto, continuaré a pensar en ella mientras dibujo la
sábana arrugada con la yema de mis dedos para sentir su cuerpo.
¡Ay, amor! Hoy como ayer, mañana como hoy, siempre igual, un cielo gris,
un horizonte pétreo. Si tú supieras que cuando te escribo yo también tiemblo.
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