No somos nada
sin el candor y sin la palabra que nos deje vida. Pasión, ternura, soledad y
muerte complementan la poesía de mi vida y se han transformado en odas para las
noches oscuras sin luna y sin sueño.
Con todo, ese
plectro no es más que la voz del amor, de los huesos y de la sangre, de los
sueños que se tornaron posibles o resultaron imposibles, los mismos que día
tras día se han ido depositando como pedruscos sueltos a un lado de mi camino.
Es el sentimiento
asidero del canto del tiempo que fluye gradualmente en nuestro río mágico de la
memoria. Como si fuesen primaveras que cubren los dolores del alma, o como vivos
rayos de sol que derriten nubes de sufrimiento.
Peregrinando
por el camino de la vida, fui aprendiendo que no debo acumular más dolor en mi
cuerpo, y por eso suelo soltar pequeños pedacitos de lluvia por las noches.
Pero a la par de
esa menudencia de partículas de rocío de atrición nocturna, realizo mi acto de
contrición e intento perdonarme siempre y recordar a quien amé en mis días sin
sol, reviviendo los escarmientos que esos intensos amores han quedado gravados en
mi alma mientras voy besando en silencio cada tiempo que ellos me regalaron.
Sin ofuscar ni
entorpecer mi mente, me he dado cuenta que el silencio es el único que logra
contestar las preguntas del pensamiento. No es por nada que ambos son cómplices
callados de la palabra.
Hoy conservo ingeniosamente todos sus mensajes,
y los he guardado en un lugarcito especial de mi corazón, el que junto a mi
recuerdo, siempre siempre están dándoles calor. Al fin de cuentas ella me amó
tanto en palabras, que nunca se olvidó de amarme en actitudes.
Nenhum comentário:
Postar um comentário