Toda vez que mis ojos se cruzaban con su hipnotizadora mirada, era como
si mi alma se precipitase a un abismo de confusión, al mismo tiempo que mi
cuerpo parecía flotar como esas boyas marinas que se ven ancladas a lo largo de
la costa, sacudidas con frenesí por la furia de la tempestad en alto mar.
Quedaba tan fijo mirándola y tan arrobado, que todo desaparecía en
derredor mío, menos su esbelta figura, su rostro sonrosado como pétalo de rosa,
y esas pupilas tan verdes, tan profundas como un inmenso océano de paz.
La primera vez, supuse que ella me sostenía la mirada por puro estupor,
por verme tan enajenado. Sospeché que ella me consideraba su estúpido esclavo, o
un inconsciente cualquiera. Pero no tardé mucho en darme cuenta de que me
sonreía levemente, con una casi inapreciable mueca que se desprendía de sus
labios sensuales de carmín, rojos como cerezas maduras. Entonces creí morir.
Desde ese día en más, pasé a soñar con ella cada noche. En mis
divagaciones, ella me colmaba de atenciones, me rendía sus favores, sus dedos
de seda me cubrían de suaves caricias, y me hablaba con una dulce voz que se
asemejaba a un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una
aurora y una cadencia que el aire dilata en las sombras nocturnas.
En los remates de mis delirios, como en cuna de nácar que empuja el mar
y acaricia el céfiro, al dormir sentía el blando arrullo de sus labios
entreabiertos. Entonces me di cuenta que existen besos que se dan con la
mirada; pero también hay besos que se dan con la memoria.
¡Ah, qué deleite! Incluso despertar a la realidad de su ausencia me
resultaba un raro y hermoso placer. Sentía que ella estaba ahí, aunque lejos de
mí, pero habitando bajo el mismo techo.
A pesar de que sólo me parecía verla esporádicamente, muy tarde de una
tarde cualquiera mismo siendo noche ya, a todo instante me llegaba su calor y
su presencia.
A causa de mi hipnotizada colosal pasión, el apetito me abandonó.
Siempre he sido presa fácil del mal de amores; esa dolorosa enfermedad del alma
que para algunos pasa tan rápido como un catarro, mientras que a otros los deja
bastante descompuesto de ánimo el resto de sus días.
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