sábado, 5 de abril de 2014

Vale Evocar un Clásico del Cine


Al explorar los avatares de un clásico del cinematográfico, me es posible afirmar que “Roma ciudad abierta” no es una pieza de museo. Por tanto, despojada de toda retórica ingeniosa que se quiera utilizar, -uno de los males que envejece al arte-, esta película clásica aún nos sigue emocionando en la actualidad, seguramente porque es cierto aquello que dijo en cierto momento el gran director Eric Rhomer: “Toda la genialidad de Rossellini radica en su falta de imaginación”.

En todo caso, François Truffaut, otro grande entre los grandes, aclaró el concepto: Falta de imaginación en el sentido de que “no le gustaban las invenciones, los artificios, no le gustaban los flash-back, no le gustaba nada de lo que significara una astucia. En el fondo, él estaba contra la ficción”.

En realidad, la idea primitiva proponía un documental que fue mutando al sumar historias recogidas en los periódicos y traídas por conocidos y amigos: Don Pietro Pellegrini, el cura protagonista, está inspirado en dos sacerdotes mártires de los alemanes, Giuseppe Morosini y Pietro Pappagallo. Por su vez, Pina, cuyo asesinato corriendo tras un camión alemán se convirtió en una de las más célebres secuencias de la historia del cine, está inspirada en Teresa Gullace una madre de seis hijos, embarazada, muerta en circunstancias similares el 3 de marzo de 1944.

Del mismo modo, Cesare Negarville, el dirigente comunista, amigo del guionista Sergio Amidei y director de L'Unità clandestina, está representado vagamente en el personaje del ingeniero Giorgio Manfredi. Asimismo, la historia de los niños que acosaban a los alemanes, también es cierta. Empero, estos son los principales pero no los únicos sucesos y personajes tomados de la realidad.

Es cierto que desde sus orígenes han corrido verdades y leyendas sobre el dificultoso proceso de realización del filme. Son innegables las dificultades para obtener película, siempre escasa, que obligaba a no repetir las tomas, al punto de que la muerte de Pina hubiese necesitado una nueva, más larga, porque la Magnani se cayó antes de tiempo. Hubo que solucionarlo agregando una toma lateral.

También es cierta la falta de recursos y las mil y una piruetas que Rossellini hubo de hacer para obtener dinero e insumos, incluido el robo de electricidad. En cambio, es falso que se filmara con película vencida y que no tuviera un guion detalladamente escrito. El investigador Stefano Roncoroni publicó en 2006 “La storia di Roma città aperta”, que incluye el guion completo, y prueba que es poco lo concedido al azar. En los hechos para lograr una película en condiciones de extrema limitación, se necesitaba mucha preparación sobre el papel y la ejecución de técnicos altamente competentes, otro hecho que suele olvidarse.

Rossellini y su guionista Sergio Amidei ya tenían una importante experiencia; Ubaldo Arata, era de los más prestigiosos directores de fotografía, con cientos de películas en su haber, desde 1918. Lo mismo puede decirse del montajista Eraldo Da Roma, con 35 películas editadas y que posteriormente llegaría a las 130, incluidos muchos clásicos. Entre los jóvenes estaban los fotógrafos Gianni Di Venanzo y Carlo di Palma, maestros que iluminarían las películas de Antonioni, Fellini, Francesco Rosi y Woody Allen.

Este film se proyectó por primera vez el 24 de septiembre de 1945 en el “Festival de la Música y el Teatro”, en Roma, y el recibimiento de la mayoría de los críticos fue frío ante una película que transgredía muchos paradigmas y se situaba en las antípodas del “caligrafismo” que dominaba en el cine italiano.

Sin embargo, cuando se estrenó oficialmente el 8 de octubre de 1945, el público la acompañó, creciendo de boca a oído. También es cierto que algunos prestigiosos críticos como Luigi Chiarini y Umberto Barbaro, la apoyaron cálidamente. El primero dijo que Roma ciudad abierta “era una reacción a la retórica de tantos años, a una hipocresía tradicional; era la sinceridad y el deseo de mostrar a los hombres según la realidad, tal cual es”.

Por su vez, Rossellini contó que fue presentada en el festival de Cannes de 1946 “por una delegación italiana que despreciaba profundamente el film... Fue exhibida una tarde y muy pocos escribieron sobre él”. Pero obtuvo el Gran premio, la Palma de Oro, entre otros. La crítica francesa la puso por las nubes y el entusiasmo del público no le fue en zaga. Mientras, en Estados Unidos, los críticos más prestigiosos escribieron largas reseñas laudatorias y el “Círculo de Críticos de Nueva York” la consideró la mejor película extranjera. Solo en Estados Unidos recaudó tres millones de dólares. Había costado 11 millones de liras y fue capaz de producir más de 124.

“Roma ciudad abierta” fue una novedad artística, un fenómeno comercial y un hecho político. Rossellini y Amidei -uno católico, el otro comunista- habían querido prescindir del énfasis ideológico en beneficio de una mirada humanista.

Para los comunistas, que estaban librando una enorme batalla ideológica en Europa para apropiarse de las banderas de la resistencia antifascista, no era una buena noticia. Tampoco los democristianos -obligados a compartir el poder con los comunistas- la vieron con simpatía por razones inversas… Un cura capaz de trabajar junto a los comunistas en la resistencia era algo que había que olvidar pronto.

Pero en medio de ese profuso mar de ambigüedades, el Vaticano quedó encantado con la película. Fue aprobada por la comisión “Católica Central de Vaticano” y pidieron una copia para la Filmoteca vaticana. A pesar de las transgresiones que “Roma ciudad abierta” exhibía frente a los aspectos más rígidos de la moralidad y las posturas ideológicas católicas de la época, nunca un sacerdote había sido tan bien retratado por el cine, tan auténtico y tan cristiano.

Por eso que el impacto artístico y político de “Roma ciudad abierta” fue tal, que en abril de 1946 se anunció una invitación a todo el “Consejo de Seguridad de la ONU” para asistir a la proyección del film en Nueva York, puesto que muestra “el sentimiento de los italianos (…) para la creación de una nueva democracia”. Italia había sido, no hay que olvidarlo, una de las potencias vencidas, aliada principal de Hitler.

Por eso tuvo razón Rossellini cuando dijo que “Roma ciudad abierta había hecho más que todos los discursos de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores para que Italia volviera a ocupar un lugar en el concierto de las naciones”… ¡No dudemos de su palabra!

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