Por si acaso
el distraído leyente no llegó a dar oídos, le recuerdo que hace poco fue
enterrado nuevamente en la catedral de Leicester el rey Ricardo III de
Inglaterra. Lo que sobrara de él había sido encontrado en el año 2012, debajo
de un estacionamiento en la referida ciudad, un aparcamiento que fuera construido
sobre los cimientos de un antiguo convento franciscano. Al mismo tiempo, por
esos días anunciaron también que se habían hallado fragmentos de los huesos de
Miguel de Cervantes, dentro de la cripta del madrileño convento de clausura de
las Trinitarias.
Sobre el
sajón, la historia registra que Ricardo III (1452-1485) fue el último monarca
de la dinastía de los Plantagenet. Durante la Guerra de las Rosas por la sucesión
al trono de Inglaterra (1455-1487), el rey hacía parte del bando de York, cuyo
símbolo era la rosa blanca. Su muerte, en la batalla de Bosworth, el 22 de
agosto de 1485, marcó el final de aquel sangriento período y el comienzo de la
nueva dinastía de los Tudor, cuyo primer rey fue el galés Enrique VII y que
aportaría a Inglaterra los reyes Enrique VIII e Isabel I.
Por otro
lado, el hispánico Miguel de Cervantes (1547-1616) fue un autor de obras
fundamentales de la literatura española y mundial, entre las que se destaca “El
ingenioso -y demente- hidalgo Don Quijote de la Mancha”, cuya primera parte se
publicó en 1605.
A más, Cervantes
también fue soldado, ya que embarcado en la galera “Marquesa” participó en la
decisiva batalla naval de Lepanto, en octubre de 1751, donde fue herido por
disparos de arcabuz. De allí su apodo de “El manco de Lepanto”. No obstante a
su empecinado espíritu miliciano, tampoco parece haber sido muy afortunado en
la guerra, pues al regresar de Italia a su patria, en 1575, la galera en que
viajaba fue capturada por los turcos y don Cervantes debió soportar un largo
cautiverio en Argel, hasta que fue rescatado por los padres trinitarios.
Regresó a España en octubre de 1580.
Vale
destacar que los estudios del ADN de los restos de Ricardo III realizados desde
su exhumación han aportado valiosa información sobre su muerte, salud y
apariencia.
La imagen
del rey inglés, como un jorobado, oscuro y cruel, deforme por afuera y por
adentro, fue cristalizada por un gran escritor, Shakespeare, y por un gran
actor, Laurence Olivier. Shakespeare escribió la tragedia de Ricardo III, en
torno del año 1592, cuando Cervantes tenía 45 años y algo más de una década
antes de la publicación del Quijote. La interpretación que hizo Olivier de ese
personaje, en la clásica película de 1955, fijó la imagen popular de Ricardo
III durante décadas.
Empero, los
nuevos datos solamente confirman parte de esa imagen. En el momento de ser
muerto en una desesperada refriega, Ricardo había desmontado de su caballo, que
había quedado atrapado en una ciénaga. Aunque seguramente jamás la dijo, la
frase que se le atribuye, “mi reino por un caballo”, tiene una base real. Pero,
a diferencia de la oscura imagen pintada por Shakespeare y por Olivier, Ricardo
no era jorobado (padecía de escoliosis, pero esta apenas se reflejaba en su
estampa), tenía los ojos celestes y el pelo claro… Quizás no era tan malo,
después de todo, y sólo sufriese de almorranas.
Sin embargo,
da la impresión que eso de ubicar los restos de Cervantes presenta más
problemas que los encontrados durante la búsqueda de los huesos del rey inglés,
porque su osamenta está mezclada con las de otras personas. No obstante se
espera que restos de sus ancestros maternos que se encuentran en Arganda del
Rey, puedan suministrar el ADN mitocondrial necesario para identificarlos con
total certeza los huesos del “manco de Lepanto”... Que obviamente era manco pero no bobo.
(*) Libros y e-book disponibles en: Livraria Saraiva: www.saraiva.com.br; Livraria Siciliano: http://www.siciliano.com.br; www.clubedeautores.com.br/carlosdelfante; y en: Plataforma
editorial Bubok: www.bubok.es/
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