sábado, 11 de abril de 2015

Dos Ilustres Calaveras


Por si acaso el distraído leyente no llegó a dar oídos, le recuerdo que hace poco fue enterrado nuevamente en la catedral de Leicester el rey Ricardo III de Inglaterra. Lo que sobrara de él había sido encontrado en el año 2012, debajo de un estacionamiento en la referida ciudad, un aparcamiento que fuera construido sobre los cimientos de un antiguo convento franciscano. Al mismo tiempo, por esos días anunciaron también que se habían hallado fragmentos de los huesos de Miguel de Cervantes, dentro de la cripta del madrileño convento de clausura de las Trinitarias.

Sobre el sajón, la historia registra que Ricardo III (1452-1485) fue el último monarca de la dinastía de los Plantagenet. Durante la Guerra de las Rosas por la sucesión al trono de Inglaterra (1455-1487), el rey hacía parte del bando de York, cuyo símbolo era la rosa blanca. Su muerte, en la batalla de Bosworth, el 22 de agosto de 1485, marcó el final de aquel sangriento período y el comienzo de la nueva dinastía de los Tudor, cuyo primer rey fue el galés Enrique VII y que aportaría a Inglaterra los reyes Enrique VIII e Isabel I.

Por otro lado, el hispánico Miguel de Cervantes (1547-1616) fue un autor de obras fundamentales de la literatura española y mundial, entre las que se destaca “El ingenioso -y demente- hidalgo Don Quijote de la Mancha”, cuya primera parte se publicó en 1605.

A más, Cervantes también fue soldado, ya que embarcado en la galera “Marquesa” participó en la decisiva batalla naval de Lepanto, en octubre de 1751, donde fue herido por disparos de arcabuz. De allí su apodo de “El manco de Lepanto”. No obstante a su empecinado espíritu miliciano, tampoco parece haber sido muy afortunado en la guerra, pues al regresar de Italia a su patria, en 1575, la galera en que viajaba fue capturada por los turcos y don Cervantes debió soportar un largo cautiverio en Argel, hasta que fue rescatado por los padres trinitarios. Regresó a España en octubre de 1580.

Vale destacar que los estudios del ADN de los restos de Ricardo III realizados desde su exhumación han aportado valiosa información sobre su muerte, salud y apariencia.

La imagen del rey inglés, como un jorobado, oscuro y cruel, deforme por afuera y por adentro, fue cristalizada por un gran escritor, Shakespeare, y por un gran actor, Laurence Olivier. Shakespeare escribió la tragedia de Ricardo III, en torno del año 1592, cuando Cervantes tenía 45 años y algo más de una década antes de la publicación del Quijote. La interpretación que hizo Olivier de ese personaje, en la clásica película de 1955, fijó la imagen popular de Ricardo III durante décadas.

Empero, los nuevos datos solamente confirman parte de esa imagen. En el momento de ser muerto en una desesperada refriega, Ricardo había desmontado de su caballo, que había quedado atrapado en una ciénaga. Aunque seguramente jamás la dijo, la frase que se le atribuye, “mi reino por un caballo”, tiene una base real. Pero, a diferencia de la oscura imagen pintada por Shakespeare y por Olivier, Ricardo no era jorobado (padecía de escoliosis, pero esta apenas se reflejaba en su estampa), tenía los ojos celestes y el pelo claro… Quizás no era tan malo, después de todo, y sólo sufriese de almorranas.

Sin embargo, da la impresión que eso de ubicar los restos de Cervantes presenta más problemas que los encontrados durante la búsqueda de los huesos del rey inglés, porque su osamenta está mezclada con las de otras personas. No obstante se espera que restos de sus ancestros maternos que se encuentran en Arganda del Rey, puedan suministrar el ADN mitocondrial necesario para identificarlos con total certeza los huesos del “manco de Lepanto”...  Que obviamente era manco pero no bobo.

(*) Libros y e-book disponibles en: Livraria Saraiva: www.saraiva.com.br; Livraria Siciliano: http://www.siciliano.com.br; www.clubedeautores.com.br/carlosdelfante; y en: Plataforma editorial Bubok: www.bubok.es/

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