Juntando
todos los hechos que ocurren en este maltrecho orbe, cualquiera llega a la
conclusión de que la vida del ser -dicho- humano vale un vintén, o quizás menos
a causa de la proterva inflación… Entonces, ¿cuánto vale la vida Humana?
Pregunta
difícil y respuesta complicada. La primera respuesta, la que cualquiera daría
siguiendo un tópico perfectamente inculcado sería “una vida humana no tiene
precio”. Sin embargo ese relativismo que tanto critican muchas personas,
especialmente aquellas de profundas convicciones religiosas, es perfectamente
aplicable aquí, ya que el día a día nos demuestra que la respuesta correcta es:
“depende”.
Tomemos
hipotéticamente una vida humana e introduzcámosla, como si de una acción de
bolsa se tratara, en el “mercado bursátil” de la vida y de la muerte mundial y
veamos a como cotiza con algunos ejemplos: Para un antiabortista la vida de un feto
es infinita, la de su madre depende de la posición que adopte respecto a la
continuidad de ese embarazo y la de un médico que practica abortos cotiza a la
baja a los ojos de esos mismos antiabortistas.
La
vida de aquellos que tienen la mala suerte de encontrarse cerca de un
terrorista también entra a jugar en el mercado bursátil: Si el terrorista
islamista toma rehenes en Nueva York o París, esos rehenes cotizan mucho más al
alta que los vecinos de ese mismo islamista si éste se haya en un poblado de Siria,
donde en cualquier momento le puede caer un misil “inteligente” lanzado desde
miles de kilómetros. Para colmo, si el misil acierta, aun matando a todos los
habitantes del bloque de viviendas, algunos descorcharán botellas de champagne
para celebrar la subida de sus acciones.
Las
acciones vitales salen con diferentes valores al mercado desde su nacimiento: La
vida no vale lo mismo en un país subdesarrollado que en un país rico, los
primeros pasos de esa vida no tienen el mismo valor que los de una vida ya
madura y la vida de las mujeres cotizan peor que la de los hombres. Lo llaman tradicionalismos
de los mercados, pero lo cierto es que sigue siendo así sin que el mercado de
valores sepa solucionarlo. La vida de aquellos que sufren enfermedades raras queda
supeditada a que se dedique dinero y esfuerzo en investigación, pero éstos
difícilmente llegan. No parece valer lo mismo la vida de un enfermo con la
enfermedad de hemorroides que uno que padece SIDA.
La
vida de los habitantes de un pueblo junto al que se les sitúa una central
nuclear, un vertedero de sustancias peligrosas, una incineradora de basuras,
una empresa petroquímica, quizás cotice menos que la de los dueños de dichas
empresas que contemplan el reparto de beneficios desde el salón de su palacio
rodeado de jardines.
Por
su vez, la vida de un reo no vale lo mismo en diferentes estados o países de
este planeta. La cotización puede depender de unos pocos cientos de metros, de
esa delgada línea artificial que separa estados o países. En muchos lugares la
vida vale menos que el dinero que costaría mantenerla entre rejas hasta que
ésta se extinga por sí sola. Para muchos esa vida vale menos que la que quizás
esos convictos han arrancado durante su actividad delictiva, por lo que se debe
de hacer la transacción inversa para equilibrar los mercados.
Por ejemplo,
un tribunal de primera instancia de Arabia Saudita condenó a la pena de muerte
a un joven por “insultar a Dios y al profeta Mahoma” y por “rasgar” el Corán, según
informó días atrás el periódico “Al Sharq” en su versión digital.
Durante el
año pasado, la “policía moral” saudita detuvo a un joven de 20 años, en la zona
de “Hafr al Batin” (noroeste), para presentarlo a la justicia bajo la acusación
antes mencionada. No en tanto, el joven también ha sido acusado de “rasgar” el
Corán y divulgar imágenes del referido acto en las redes sociales… Quizás con
la intención de mostrar que no tenía a mano aquel rollito de papel.
Como sea, el
tribunal emitió un veredicto en el cual condena al acusado a la pena de muerte
por “apostasía”, no obstante el joven pueda recurrir de la sentencia ante el
Tribunal de Apelación. A más, la pena deberá ser revisada, caso sea confirmada,
por la Corte Suprema y sólo será aplicada después de la orden final del rey
saudita, Salman bin Abdelaziz.
A bien
verdad, estos tipos de ejecuciones son aplicadas en Arabia Saudita en virtud de
una estricta interpretación de la “sharia” (la ley islámica) que consiste en
decapitar al acusado con una espada. A más de existir condenación a la pena de
muerte por asesinato, violación de mujeres, narcotráfico, brujería y homosexualismo,
donde son impuestos otros tipos de castigos como la lapidación o la amputación
de miembros.
Podría
dar muchos más ejemplos, pero con ello no haría más que escribir aquellos
ejemplos que el lector tiene en la cabeza, esas otras circunstancias en las que
la vida de unos y otros no valen lo mismo.
También
sé que se podría hacer un largo listado de causas por las que las cosas
funcionan así. Coyuntura socio-económica, interés general, política
internacional, salud pública, cientos de motivos que no hacen más que plasmar
lo que he registrado desde el principio: “el valor de una vida es relativo, por
mucho que se intente vender lo contrario”… ¡Crediticio tema!
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