A mí, de inicio, me pareció un poco extraña su actitud, pero no le dije
nada. Con todo, lo peor fue cuando él se enamoró de sus flores y no de sus
raíces. Realmente fue de apretar el corazón, pues cuando lo alcanzó el otoño él
ya no supo qué hacer.
Ah, las palabras de una madre... Son como
premisas, enseñamientos o muchas veces verdaderas plagas en nuestras vidas, que
al fin de cuentas acaban casi siempre dándonos una lección. Sin embargo, cuando
ya no está cerca nuestro para ayudarnos,
¿qué debemos hacer?
Observando
el tema como parte del
psicoanálisis, su fundador, Freud, estableció lo que sin esfuerzo intuimos, la
primacía esencial de la figura materna y, por ende, la de la mujer. Pero,
cuando escribe, en su vejez, una carta a una de sus muchas seguidoras -Marie
Bonaparte- le dice: “La gran cuestión
que nunca se ha respondido, y que yo no he sido aún capaz de responder, a pesar
de mis treinta años de investigación del alma femenina, es ese cariño afectivo que
ella tiene por sus vástagos.
Evidente
que en nuestra especie terráquea es donde el diploidismo y el dimorfismo
reproductivo existen. Esto significa que necesitamos de la unión de los gametos
de un macho y una hembra para que la fertilización ocurra. Por esa simple razón
nuestros roles, aspectos físicos y adaptaciones psicológicas son en apariencia
fenotípicas diferentes entre los dos sexos… Unos con más otros con menos.
Abundantes
son los ejemplos históricos de mujeres que dedicarían sus juventudes y vidas
enteras a la tarea de instruir a sus hijos con problemas de todo tipo y de
madres que ayudaron a sus retoños a sobreponerse a lesiones que los deformasen.
Madres que ayudarían a sus vástagos a resistir las disciplinas a veces
exageradas de papás autoritarios, inflexibles y severos.
Ergo, la
relación entre la madre y el producto de su concepción comienza antes de que
ella misma fuera concebida y naciera. Su experiencia personal antes de su propio nacimiento
influye, ya que un embarazo rechazado y una hija malquerida son víctimas
emocionales de circunstancias negativas.
La historia
muestra que durante su infancia, cuando la futura madre crece, tuvo que
resolver fundamentalmente sus dilemas del desenvolvimiento psicosexual,
emergiendo finalmente, como persona balanceada. Capaz de ambos, el amor
conyugal y el materno, y con una resolución final de sus conflictos entre
hermanos, hermanas y personas de ambos sexos.
Ergo, para lograr
tarea tan compleja, la mujer tuvo que depender mucho en la afección de su madre
y de otras hembras de la tribu que la iniciarían dentro de ese mundo íntimo y
especial del sexo femenino. Este drama lo ejemplifica a la perfección la obra
teatral del dramaturgo Jacinto Benavente, galardonado con el premio Nobel de
literatura en el 1922. El título: “La
malquerida”… Que no debe confundirse nunca con la malparida.
En tiempos
actuales, me deparo con una madre emprendedora que tuvo una idea inusitada en los
Estados Unidos y comenzó a cobrar
por sus servicios maternos, no tan así
como todo comedido leyente pueda imaginar.
En realidad,
Nina Keneally ya tiene dos hijos crecidos, uno de 27 años y otro de 30, pero
resolvió realizar una nueva actividad para conseguir un dinero extra. Por
tanto, ella hace lo que juzga ser la “función específica de madre” para desconocidos
y cobra US$ 40 la hora… Una pichincha ya que amor de madre no tiene precio.
Con todo, ese
dinero que Nina cobra es para realizar lo que juzga ser las funciones de una
madre: escucha problemas, da consejos -sólo en el caso de que sean solicitados-;
y hace el papel de una madre comprensiva y hasta plancha ropas. Sin embargo, su
labor para por ahí… “No voy a limpiar baños ni lavar ropas. Yo no soy una empleada
doméstica, como cualquier buena madre lo haría”, confiesa Nina, una mujer de 63
años en entrevista que concedió al programa norteamericano “Today”.
Moradora de
Nueva York, ella -aun distanciándose de las funciones domésticas- compara su trabajo
a una terapia: “Esta es una ciudad que puede ser muy solitaria”, completa ella,
sin esconder un tono de voz de quien tal vez también se sienta sola.
Su público
albo es formado por jóvenes de veintitantos años que salieron de casa por
cualquier motivo, perdieron sus padres o simplemente viven solos porque quieren,
o no están psicológicamente bien y necesitan de un cariño maternal o de una
conversación sincera.
Claro que
esto puede sonar pueril, casi ridículo, que un hombre a cierta edad se alboroce
como un niño a quien le han traído el juguete soñado, cuando todos sabemos que
en ciertas ocasiones puede ser tanto más estimado cuanto más cabalmente muestre
su utilidad práctica, virtud que una buena madre no necesita… ¡Emocionante!
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