Justo en esta bendita hora, sumergido dentro de este bergantín de loza con
mucha agua y poca espuma que tengo instalado aquí en casa, que recuerdo con cariño
a las Nereidas, las cincuenta hijas
de Nereo y de Doris y hermanas del bien dotado Nerites, exactamente en el
momento que estas ninfas se vieron obligadas a permutar inefables baños de
pureza por esa funesta ducha de mezquindad con que se pretende agredir un cutis
rosado. Pena que décadas de inmersión en aguas creativas y poéticamente suaves,
tengan que ser ahora mudadas ante la emergencia de ese aprisco igualitario e
insano de las malogradas iniquidades termales.
Una
enormidad pensará que éstos son desasosiegos que todo lírico enjabonado padece durante
esos sacrosantos momentos de ejecutar su limpidez cutánea. Pues diré que es
mero engaño del más suspicaz lector, porque en realidad me ha llamado la
atención el inusitado objeto que fue
arrojado en aguas del Mar del Norte a inicio del siglo pasado, y sólo ahora ha llegado
sano y salvo a manos del destinatario.
Hasta
puede parecer una historia de piratas, o quizás salida de las famosas aventuras
de Robinson Crusoe, del libro homónimo del escritor inglés Daniel Defoe. En
todo caso, en abril de este año, una botella que contenía un mensaje fue
encontrada por la jubilada Marianne Winkler en una playa de la isla de Amrum, en
Alemania.
Cuanto
a esto, nada del otro mundo, pero como la curiosidad de la ociosa Marianne pudo
más, ya que ella esperaba encontrar dentro del recipiente una jugosa
declaración de amor o un pedido de socorro de algún náufrago lobo de mar, al
destaparla encontró dentro de ella una tarjeta postal y la recomendación de que
el contenido debería ser llevado para la “Asociación de Biología Marina del
Reino Unido”.
Por
supuesto que el recado, que fuera escrito entre 1904 y 1906, contenía
recomendaciones dirigidas para los posibles especialistas que lo analizarían, en
tres idiomas: inglés, alemán y holandés. Asombrada con el hallazgo, luego de leer
el mensaje, la jubilada alemana se juntó a su marido en la curiosa tarea de llevar
la botella hasta la institución inglesa.
Los
reporteros de la agencia “Associated Press” apuraron en entrevista otorgada por
el portavoz de la mencionada asociación, Guy Baker, lo siguiente: “Nosotros
quedamos muy animados. Ciertamente no esperábamos recibir nunca más alguna
de esas tarjetas postales”.
Es
que según el vocero, ese recado hace parte de un experimento que fuera comandado
por el investigador George Parker Bidder, quien, al inicio del siglo pasado,
lanzara mil botellas en el Mar del Norte, para con ello analizar el flujo de las
corrientes marinas.
El
propio Guy Baker cuenta que la mayoría de los mensajes fueron encontrados por
pescadores, muchas décadas atrás, y cada uno de ellos presenta una indicación
de donde fue encontrada la botella; por lo que le comentara al periodista inglés
del “The Telegraph”: “Nosotros creemos que esta botella sea parte de la última tanda
que él lanzara al mar en 1906. Por tanto, debe tener unos 108 años”.
En
todo caso, como esa ya es una historia antigua y los flujos y reflujos -más
bien intestinales- que pretendía medir Parker Bidder ellos ya lo saben de
memoria, con la intención de dar más notoriedad a la anquilosada Asociación de
Biología, no han perdido tiempo y ya accionaron el “Guinness Book” para
registrar el recado como siendo el más antiguo ya descubierto. El record
oficial, hasta ahora, es el de un mensaje en una botella encontrada después de
99 años flotando en el mar.
Con
todo, a pesar de la vertiginosa intención de pretender relatar placeres
filosóficos sobre el periplo náutico durante un simple baño, noto que la Lógica
otra vez se ha mostrado dogmática, rancia, antihigiénica y resbalosa,
restándome solamente la esperanza del semicupio, el cual, por razones obvias,
no compartiré con nadie… ¡Haya desfachatez!
(*) Libros y e-book disponibles en: Livraria Saraiva: www.saraiva.com.br; Livraria Siciliano: http://www.siciliano.com.br; www.clubedeautores.com.br/carlosdelfante; y en: Plataforma
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