-¿Cómo le
va, mi amigo?... Pensé que hoy no aparecería por aquí.
-¡Buenos días, doctor! Perdone mi retraso… Más bien, el de
la patrona, ya que ella perdió la hora y hoy al mediodía la comida no estaba
pronta…
-¿Usted
también me sale con esas disculpas, mi amigo?
-Es la pura
verdad, doctor… Aunque por el tenor de su pregunta, da la impresión de que a
alguien ya se le ocurrió decir lo mismo…
-Lógicamente,
si bien no ha sido exactamente con las mismas palabras que usted ha utilizado,
como tampoco ha sido algún sujeto de nuestro círculo de conocidos.
-Supongo que
ha de ser un nuevo chisme de su parte… ¿O me equivoco, doctor?
-En lo más
mínimo, mi amigo.
-Entonces,
porque no me cuenta lo que ha ocurrido.
-Fíjese como
a veces la suerte nos falta, mi amigo, porque si usted viviese en Nigeria y no
aquí, su caso serviría de base para un buen pleito.
-¿Cómo, así?
¿Qué ocurrió?
-Yo diría
que ha sido una excelente oportunidad para gente como usted. Pues conforme lo
ha informado la prensa de aquel país, un tribunal le concediera el divorcio a
un hombre de 57 años que alegara que su mujer le servía la cena tarde demás.
-¿Por acaso
me quiere tomar el pelo, doctor?
-De ninguna
manera, mi amigo. Aunque de todos modos, me siento en la obligación de narrarle
las alegaciones de Olufade Adekoya.
-¿Quién es
ese fulano?
-El individuo
que reclamara al juez con las textuales palabras: “Mi esposa falló en sus
obligaciones conyugales. Ella no prepara mi comida a tiempo por más que yo se
lo haya advertido varias veces, pero ella prefirió no darme oídos”.
-Un
impertinente, me imagino…
-No sé
decirlo, mi amigo, pero supongo que el hombre ha de ser como usted.
-¿Por qué lo
dice?
-Porque el
individuo acrecentara frente al juez: “No hace sentido abrigar una esposa que
me hace pasar hambre. Estoy cansado de esas ocurrencias”.
-Sepa que yo
no soy así… Yo soy comprensible siempre que mi mujer no consigue hacer su
parte.
-No existe
eso de “partes” en una relación, mi amigo. Sepa que o es todo, o no es nada
para los dos.
-No se me
vaya del tema, doctor. Termine con la historia que comenzó. Quiero saber lo que
alegara la esposa.
-Como era de
esperar, la esposa negó las acusaciones y alegó que el marido tramó toda la
historia porque pretende casarse con otra mujer.
-Es
exactamente lo que yo imaginaba. Ellas siempre salen con eso.
-Debidas
razones tendrán, mi amigo.
-Bueno, ¿y
qué pasó con el juicio?
-Usted ya
sabe cómo terminó. Si bien eso se debe a que el juez justificara su decisión,
afirmando que la corte intentara varias veces reconciliar las diferencias de la
pareja, pero fracasó.
-Parece una
solución fútil. No hay caso, uno ve cada cosa en este mundo…
-Puede que a
usted le cause extrañeza estas cosas, y puede que sea la primera vez que en Nigeria
se concede un divorcio por ese motivo, pero este no llega a ser el caso más extraño
de ese país.
-¿No me
diga?... No, diga sí, ¿qué más usted sabe?
-Sepa que en
2008, un jubilado cediera a las presiones de líderes islamitas locales para que
se divorciase de 82 de sus 86 esposas, por violar la “sharia”, la ley islámica.
-Mire que hay
que maniáticos en este mudo… Lo digo por eso ponerse a coleccionar tantas
esposas. Y más, siendo un jubilado.
-No estoy en
desacuerdo con que hay chiflados de todo calibre. Fíjese que en otro caso, un
empresario de 32 años pidiera divorcio horas después de casarse, porque descubrió
que la esposa usaba una almohada para “erguir las nalgas” y aumentar el tamaño
de sus glúteos.
-Lo que no
deja de ser una buena alternativa, doctor. Es una manera de evitar tener que
pagar una cirugía plástica para colocar prótesis de silicona en las nalgas y
las lolas… Ese hombre se precipitó.
-No diga
bobadas, mi amigo. ¿A quién se le ocurriría algo así?
-¡A mí! Y
ahora mismo me voy a casa, porque esa solución la aplicaré en mi mujer… Chau,
doctor.
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