Sin duda
existe una pléyade dispuesta a vivir a mil mientras el cuerpo aguante y su
corazón palpite. Eso, porque imaginan que sus horas de francachela se acabarán
tan luego se les arrugue la piel y las encías queden desnudas. Sin embargo
otros continuarán el ritmo hasta estirar las patas, aunque la muerte se pueda
definir como un evento resultante de la incapacidad orgánica de sostener la “homeostasis”.
Por su vez, la vejez siempre les llegará dada la degradación del ácido “desoxirribonucleico”
(ADN) incluido en los núcleos celulares, cuando la réplica de las células se
hace cada vez más costosa.
Así pues, desde
el punto de vista médico, la muerte se debe el cese global de funciones
sistémicas en especial de las “funciones bioeléctricas cerebrales”, y por ende
de las neuronales… Si es que el sujeto las tiene.
No es de
extrañar que hasta el siglo XX la muerte se definiese como el cese de la
actividad cardíaca o ausencia de pulso, la ausencia de reflejos y de la
respiración visible. Con base a estas estimaciones muchas personas acabaron por
ser inhumadas en cuanto vivían en estado de vida latente o afectada por
periodos de catalepsia. A posterior, gracias a los avances tecnológicos y al
mejor conocimiento de la actividad del cerebro -del que lo tiene, obvio-, la
muerte pasó a definirse con un “electroencefalograma” que pueda acusar la
ausencia de actividad bioeléctrica en parte del cerebro.
En todo caso
ese procedimiento demostró ser insuficiente, ya que eventos posteriores lograron
demostrar que ese proceso, en casos muy excepcionales, podía ser reversible,
como resulta en el caso de los ahogados y dados por fallecidos en aguas al
borde del punto de congelación.
Pues bien, recomiendo
que el leyente se olvide de toda la explicación que ha sido dada para
justificar tal incidente, ya que para intentar desvendar el misterio sobre el
pos muerte y desanudar una de las grandes incógnitas de la historia de la
humanidad, un grupo de laboriosos se ha ocupado de estudiar qué acontece después que morimos… O sea, antes que nos
coloquen en el cajón y nos entierren de vez.
Por
entrometido y curioso, la cuestión llevara al científico Sam Parnia, de la
“Universidad de Southampton”, a coordinar un estudio sobre consciencia en el
momento exacto después de la muerte... ¿Y no es que el resultado parece ser sorprendente?
Realizada
con nada menos que 2000 casos de infarto en 15 hospitales del Reino Unido,
Estados Unidos y Austria, la investigación terminó apuntando que el 9% del 39%
de los sobrevivientes tuvieron una “experiencia de casi muerte” (EQM). O sea,
ellos mantuvieron la consciencia mismo cuando eran dados como clínicamente
muertos. Y, más aun, luego de ellos abrir los ojos contaron relatos de su
deletérea experiencia.
“El paciente
estuvo consciente por un periodo de tres minutos, siendo que durante ese mismo tiempo
él estaba sin pulso. Eso es contradictorio, una vez que, normalmente, el
cerebro deja de funcionar entre 20 y 30 segundos después que el corazón para, y
no retoma las actividades hasta que vuelva a tener pulsación”, explicara
Parnia.
Diferente de
lo que pueda parecer, el objetivo de Parnia no es probar ningún evento
sobrenatural ni macabro, y sí defender una tesis de que la consciencia humana
no es tan dependiente del sistema nervoso… Claro que esto no se aplica a los
políticos, ya que, para eso ocurrir, esta clase de individuos debe tener
conciencia, lo que no se ha notado últimamente.
Pero, en
fin, exceptuado la última acotación, preocupado con la vida ajena, el inconsciente
especialista acabara por concluir: “Tenemos pruebas de que la consciencia se
mantiene después de que el cerebro para. La realidad, ahora, es de mucho estudio
para que podamos dar respuestas más precisas sobre el tema”.
Siendo así
como parece, delante de la perplejidad de un público que aún respira y que se
dice sagaz, debo calzar entonces mis cómodas zapatillas socráticas que gané un
día de Alphio Derzen, el filósofo alemán que por motivos desconocidos daba
siempre la impresión de decir adiós, y he de subir al tablado de papel con la
misma destreza enfurecida de Nijinski, para tan sólo conmover la platea con mis
alarmantes incendios sociales… ¡Fantástico!
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