Mientras afuera
llueve, permitamos que el cortinaje gris que en pesadas gotas se desmorona con
prisa de un cielo lloroso, se asemeje mucho más a una reja que nos aprisiona y
prende en un devaneo de amor.
Ven, siéntate
aquí, junto a la ventana. Demos cuenta ya del café mientras, silenciosas,
nuestras miradas se cruzan y nuestras mentes vagan entre sueños e ilusiones.
No hables, por
favor, no digas nada. Tan sólo consiente a que una de mis manos se ahueque
serena en tu rostro para que pueda sentir el jadeo de tu piel de durazno
maduro.
Toma ya mi otra
mano entre tus manos. Mantenla presa como quien detiene la vida entre suspiros.
No, no hables.
Cierra los ojos y permite, como si fuese el humo que se eleva de dos ascuas en
llamas y se enreda en uno solo, que nuestras almas se unan también en una sola
y se eleven a la eternidad, perdidas en la oscura noche de las ilusiones.
Entonces verás que
nada nos detendrá ya, ni los sueños, ni las quimeras.
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