No me extraña nada que otro viviente le haya dicho a Jerry Allen que el tiempo nunca se detiene y que nada es
capaz de interrumpir su perene caminata. Tal vez le hayan comentado la
existencia de otros avatares casi con esas mismas palabras, siempre repetidas,
no obstante uno comprenda que nunca falta quien se impaciente con su lentitud olvidando
que se necesitan completar veinticuatro horas para que pase un día. Aunque si
él esperase pasar ese tiempo, cuando llegase al final del día se daría cuenta
de que no había valido la pena, pues al día siguiente todo volvería a ser
igual, y por tanto sería mejor para él saltar por encima de las semanas
inútiles para vivir una sola hora de plenitud, un minuto fulgurante, si es que
el fulgor puede llegar a durar tanto.
Excepto
esas evaluaciones filosóficas sobre cuestión de tiempo y espacio, puede que
también haya influenciado la psicótica mente de Jerry los designios contenidos
en el libro “El hombre unidimensional”, de Marcuse, el filósofo que después de
haber canjeado los densos raciocinios de Frankfurt por las amenidades existentes
en las tierras californianas, luego entró en cortocircuito y acabó por caer
directamente en el centralizador abismo de las historias banales.
Como
sea, resulta que a Jerry se le ocurrió librarse de vez de los cachorrillos hijos
de una perra de la raza pastor alemán, y sin otra acabó herido, la semana
pasada, de forma inusitada en el Estado de Florida, Estados Unidos.
Según
lo notificó la rede de noticias “NBC News”, Jerry Allen Bradford, de 37 años, por
no conseguir encontrar nuevos dueños para esos pobres animalitos de apenas tres
meses de vida, sin quemar mucho los sesos resolvió usar un revólver para matarlos.
En
ese entretenimiento estaba Jerry cuando tres de los siete perritos ya habían perdido
la vida luego de escuchar el mortal estampido, hasta que de repente uno de
ellos, el que sería la próxima víctima, terminó por salvar al resto de la cachorrada.
Resulta
que el ladrador “héroe” estaba siendo sujetado en el brazo de Bradford, cuando,
accidentalmente, porque no hay otra manera de explicarlo ya que animales no
raciocinan ni premeditan, el canino bicho colocó la pata en el gatillo del
arma. De pronto el revólver disparó y la bala penetró en el pulso Jerry.
En
consecuencia, las otras cuatro crías que sobrevivieron a la escatológica acción
de Jerry fueron llevadas para un órgano de control animal del condado de
Escambia, donde afirman que pronto ellos deberán quedar disponibles para adopción.
En
entrevista concedida a la red americana de TV, y aprovechando eses cinco
minutos de fama a que todos tienen derecho por lo menos una vez en la vida, el
sargento Ted Roy condenó la acción del hombre. Con todo, para Jerry Allen esta
historia no terminará por ahí, ya que la policía local entró con un pedido de
prisión en su contra por cuenta de la crueldad contra los animales.
Dicho
esto con la benedictina sabiduría de siempre, pienso que si tuviese a Jerry a
mi alcance, lo expulsaría de este mundo con un soberbio puntapié en las nalgas
para luego yo poder retornar al buen camino del ascetismo, de donde no debería
haberme apartado jamás. Sin embargo, el estrago ya está hecho y la idiotez de Jerry
obliteró mis ductos creativos y en consecuencia mi trapense obra quedará
truncada… ¡Espantoso!
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