He
oído durante mucho tiempo, que los factores que llevaban a la prostitución eran
de carácter biológico debido a que la mujer estaba llena de sexualidad, o como
símbolo de decadencia general, mientras otros pensaban que lo que llevaba a la
prostitución era la falta de madurez sexual. Sin embargo, hoy en día se sabe
que hay muchos tipos de factores que pueden inducir a la prostitución.
Dudo que el
gentío ya no lo sepa, pero arriesgo y digo que la prostitución consiste en la
venta de servicios sexuales a cambio de dinero u otro tipo de retribución. Y
cuando la mujer es quien otorga el servicio -con o sin placer-, vulgarmente
desde lo antiguo suele denominársele “prostituta”, “dama de compañía”, o
simplemente “ramera”.
Etimológicamente, una disciplina relacionada con la filología y con la
lingüística histórica -no necesariamente utilizada durante el acto carnal-, se sabe que el término “prostitución” viene del latín “prostituiré”,
que literalmente significa “estar expuesto a las miradas del público, estar en
venta, traficar con el cuerpo”. Cuanto al término “ramera”, éste tiene su
origen en los adornos colocados en una rama de árbol que se instalaba en el
frontis de las casas donde se ejercía la prostitución… Pero como hoy vale eso
de querer preservar la naturaleza, ahora le ponen sólo una lucecita roja.
Evidente que
como nada es nuevo en el huerto del Señor, parecería que el origen de la prostitución en la historia se ubica en la época en que
se efectúo el cambio de la “Familia Matriarcal” a la “Familia Patriarcal”; época en que la mujer sufre una pérdida total del poder que poseía, pues anteriormente
era ella, como “Jefa de Familia”, la encargada del sustento y protección de los
hijos. Como consecuencia de este cambio, la mujer perdió el derecho de ejercer alguna profesión que no sea la
de atender al esposo y los hijos, aunque por suerte en gran parte del mundo eso
ya mudó bastante.
Con todo, el
periódico “Sada” acaba de divulgar esta semana, una materia periodística que
informaba el caso de una comisaria de bordo que consiguió facturar nada menos
que cerca de un millón de dólares nada más que practicando sexo con los
pasajeros dentro de los baños de los aviones durante los viajes… Divertimiento
no incluido en el coste del billete, obvio.
Según la
publicación, y para desconsuelo de muchos provisionales viajantes que les gusta
andar en esos modernos pájaros fierro con alas, el nombre de la funcionaria,
bien como el de la empresa en la cual ella trabajaba, no fue divulgado. Entre
tanto, ellos mencionan que la ruta realizada era entre los Estados Unidos y la
región del Golfo Pérsico, donde obviamente están localizados países como los
Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Catar, Bahréin, Kuwait, Irak e Irán, donde
abundan los petrodólares.
Como sea y
fuere, parece que cada programa lujurioso y carnal, a ella le rendía por lo
menos U$ 2 mil, aproximadamente. A más, en cálculos superficiales, estiman que
la comisaria habría mantenido esa rutina -placentera pero desgastante- entre
las dos jornadas de trabajo durante el periodo de dos años.
Esto da que
pensar que la cosa anda realmente difícil en esa profesión, y todo hace creer
que los sueldos no son tan buenos como parece. Por ejemplo, este mismo año,
otro caso de prostitución envolviendo funcionarias de empresas aéreas llegó a
ser ventilado, cuando el periódico nipón “Shukan Post” notició que algunas
aeromozas en Japón estarían precisando recurrir al meretricio para complementar
su renta. De acuerdo con el periódico japonés, 90 minutos de sexo podría llegar
a rendirles hasta mil dólares.
Enterado de
estas cosas, se hace difícil poder identificar claramente cuál es el factor que
induce al acto, pero, ¿es entonces el dominio
del varón quien empuja a la mujer a ejercer el único oficio que le place: la
prostitución?
No tengo una
respuesta clara para esto, pero cuando la noche llega, en el momento más íntimo
dedicado a visiones y otros cocodrilos surreales, pienso que la musa colocará,
así como lo hacía Vermeer, headphones en sus oídos, y se pondrá a contar
paisajes interiores hasta ambos desfallecer, virtualmente consumidos por lo que
los franceses llaman simplemente de “rien, bon-songes”… ¡Cosas típicas del Mago
de Oz!
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